Maxwell Crane
Acompañé a Emma en todo momento, la tristeza se reflejaba en su rostro, sus ojos rojos de tanto llorar, le tomé la mano y la apreté para reconfortarla, quería que supiera que estaba con ella y que no iba a dejarla sola.
En ese momento estábamos en la funeraria, en el velatorio de su padre, mientras ella tenía su mirada al vacío, balbuceando como se sentía.
—Me duele tanto… no sé qué haré sin él, siempre fue mi todo —pronunció con voz quebrada, pero en tono bajo como si estuviera hablando consigo misma.
—Emma cuando te dije que estaría a tu lado no te mentí —le dije queriendo consolarla, pero ella me vio con esa expresión de desconfianza con la que siempre me miraba y luego se sonrió.
—Pero no confío en ti Maxwell, porque me has demostrado que eres como un niño caprichoso, no te importa herir a los demás cuando crees tener la razón y tan solo para salirse con la suya —expresó.
—Sé que hasta ahora ha sido así, pero prometo hacer las cosas diferentes, solo necesito una oportunidad para demostrártelo —manifesté mientras le acariciaba con suavidad su muñeca, con movimientos circulares, al punto que un gemido salió de su boca.
Nuestros ojos se encontraron, nos miramos con intensidad, como si estuviéramos explorando en lo más profundo del alma del otro.
Emma apartó su mano bruscamente, sorprendida por nuestra reacción. Sus mejillas adquirieron un tono rojizo mientras desviaba la mirada, claramente incómoda con la situación.
—Maxwell, no intentes seducirme, porque ya me demostraste que eres un promiscuo, que las relaciones para ti no tienen importancia, además, acabo de perder a mi padre lo más importante en mi vida y no puedo lidiar con esto ahora mismo. Necesito espacio y tiempo para procesar lo que está pasando —dijo con voz temblorosa, evitando mi mirada directa.
Asentí, sintiéndome avergonzado por mi indiscreción. Me aparté un poco, respetando su espacio y su dolor.
—Lo siento, Emma. No fue mi intención incomodarte. Estaré aquí cuando necesites hablar o cualquier cosa en la que pueda ayudarte —respondí, intentando transmitirle mi apoyo sin presionarla.
Ella asintió, aunque la tensión entre nosotros seguía flotando en el aire. Decidí cambiar de tema para aliviar la incomodidad.
—¿Hay algo que necesites ahora? ¿Quieres que avise a alguien? ¿O prefieres estar sola un rato? —pregunté, tratando de encontrar la mejor manera de ayudarla.
Emma suspiró y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—No es necesario, ya le avisé a mi tía Lila, solo espero que cuando llegue lo haga en sana paz, porque no estoy en este momento para conflictos —murmuró con voz entrecortada, se notaba que estaba luchando por seguir manteniéndose serena.
En ese momento se acercó un hombre que miraba a todos lados cuando vio a Emma, comenzó a caminar hacia nosotros, me removí en el asiento, pero cuando que ella posó su mirada en él, y que sus ojos se iluminaron, me sentí incómodo y una molestia inexplicable empezó a agitarse en mi interior.
—¡Emma! —exclamó el hombre y recorrió la distancia que lo separaba, ella se levantó y él la sostuvo entre sus brazos, sentí mi corazón golpetear con fuerza en mi pecho y la rabia se agitó dentro de mí.
—Donato —susurró ella, y enseguida comenzó a llorar, ocultando su rostro en el cuello del hombre.
No pude controlarme y rechiné los dientes con rabia, esperando impacientemente que se soltaran, sin embargo, al parecer ellos estaban cómodos uno en los brazos del otro, no sé qué me estaba pasando, pero tenía una sensación extraña que nunca había sentido.
La tensión en la habitación era palpable. Observé cómo Emma y este hombre, seguían abrazados como si estuvieran pegados y mi incomodidad crecía a pasos agigantados. Me di cuenta de que esa sensación que me invadía eran celos, algo que nunca había sentido en mi vida, pero no podía negar que la cercanía entre ambos me molestaba más de lo que me gustaría admitir.
Finalmente, Emma se separó del abrazo, pero me ignoró, no siquiera hizo intento de presentarme al recién llegado, sino, por el contrario, él le tomó la mano y ella no se negó, todo lo contrario, se quedó tranquila mirándolo con adoración.
Por mi parte, yo estaba dispuesto a interrumpirlos.
—Emma mi amor, ¿No me vas a presentar a tu amigo? —le pregunté y ella se volvió hacia mí, notando mi expresión tensa y sorprendida.
—Maxwell, este es Donato. Es mi amigo muy querido, nos conocemos desde la infancia. Donato, él es Maxwell, un conocido —me presentó a regañadientes, y yo sentí mi cuerpo tensarse.
Donato me miró con una sonrisa aparentemente amistosa, pero su mirada se percibía retadora, como si supiera algo que yo desconocía.
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