—Entonces esperamos un poco y comemos cuando sirvan.
Ricardo cambió la mirada hacia Clara y Mónica, que estaban sentadas al otro lado de la mesa.
—Luciana, saluda a tu tía y a tu hermana.
Luciana frunció ligeramente el ceño, pero recordó el motivo de su presencia. Tragó el malestar que sentía y asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Tía, hermana.
Clara, con una sonrisa que apenas escondía su falsedad, respondió:
—Luciana, qué gusto verte.
Sus palabras sonaban tan vacías como su gesto.
—Hace mucho que no nos veíamos. Hoy es el cumpleaños de tu papá, así que vamos a disfrutar juntos como familia.
Lo decía sin pestañear, como si entre ellos nunca hubieran existido resentimientos.
Luciana reprimió una risa amarga. Estos dos eran, sin duda, el uno para el otro. Ambos eran expertos en fingir.
A comparación de ellos, la seriedad en el rostro de Mónica resultaba más sincera.
—Hoy es el cumpleaños de papá. Si ya estás aquí, lo mínimo es compartir una buena comida.
Luciana sonrió apenas, sus labios curvándose con ironía.
—Claro, me parece perfecto.
Si todos iban a actuar, entonces ella también podía interpretar su papel. Al fin y al cabo, ¿quién no sabía jugar ese juego?
Mónica estaba a punto de abrir la boca para advertirle a Luciana que no mencionara su parentesco frente a Alejandro, cuando una voz grave la interrumpió.
—Mónica.
El tono profundo resonó, inconfundible. No hacía falta mirar para saber quién era.
La puerta se abrió, y el mesero lo condujo hasta la mesa. Alejandro caminaba con paso seguro, su figura alta y elegante destacando en el salón.
—¡Alex! —Mónica cambió de inmediato su expresión, una sonrisa radiante apareció en su rostro mientras tomaba del brazo al recién llegado con afecto.
—¿Tan temprano? Pensé que llegarías más tarde.
—Terminé todo y dejé a Sergio encargándose. No podía faltar, es el cumpleaños de tu padre. Sería una descortesía.
Mientras hablaba, los ojos oscuros y penetrantes de Alejandro se posaron en Luciana.
¿Luciana? ¿Qué hace aquí?

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