—Mamá… —dijo Mónica, fingiendo un tono de reproche—. ¿Cómo puedes decir eso? Tu suéter es único, hecho con amor. Es algo que ni todo el dinero del mundo puede comprar, ¿verdad, papá?
—Sí, sí. Por supuesto.
Ricardo se rio, asintiendo repetidamente mientras intentaba calmar la situación.
—Ambos regalos son maravillosos.
Tomando el reloj, añadió:
—Este reloj es precioso, hija. Muchas gracias.
—No es nada, papá. Si te gusta, todo valió la pena.
Era el turno de Alejandro.
Su regalo estaba dentro de una pequeña caja negra.
Mónica, con una sonrisa curiosa, tomó la caja y preguntó:
—¿Qué es? Tan pequeña… ¿Otra vez un reloj? Eso sería repetido, ¿no?
Alejandro mantuvo su expresión imperturbable.
—Ábrela y lo sabrás.
Cuando Mónica levantó la tapa, lo que apareció fue un juego de llaves de auto.
—¿Esto? —Mónica alzó la vista, sorprendida, con los ojos brillando de emoción.
—Es un Volvo. —La voz de Alejandro sonó serena, casi indiferente.
—¡Wow! Señor Guzmán, esto es demasiado —exclamó Clara, juntando las manos como si rezara, con una sonrisa amplia dirigida a su esposo—. Esta hija nuestra no nos ha salido mal, ¿eh? Lo mejor de todo es su buen ojo para elegir marido.
Aunque las palabras parecían un cumplido para Mónica, el verdadero elogio iba para Alejandro.
—Señor Guzmán, muchas gracias. Es un regalo realmente generoso. —Clara continuó, casi con exagerada gratitud.
—No es nada.
A un lado, Luciana observaba todo en silencio, con una sonrisa ligera que se asomaba en sus labios.
Un reloj de lujo, un auto… ¡qué despliegue de generosidad! Era difícil no sentir un poco de envidia. Todo lo que llevaba puesto probablemente no valía más de cien pesos.
Definitivamente, ella no encajaba en esa familia.
Luciana sonrió con naturalidad, metió la mano en su bolso y sacó una pequeña bolsa de papel.
El movimiento no pasó desapercibido para Alejandro, cuya mirada se volvió afilada como un rayo.
¿Qué traía Luciana en la mano?

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