Después de entregar los regalos, Luciana tomó el plato con el pastel que aún no había terminado.
Aunque su apetito no había sido bueno en mucho tiempo, el pastel de esa noche le había sorprendido gratamente.
Ricardo, que no perdía detalle, la observó mientras terminaba de comer y raspaba con la cuchara los restos de crema en el fondo del plato.
—¿Te gustó el pastel? —preguntó con una sonrisa divertida.
—Sí, está muy rico —respondió Luciana, asintiendo con suavidad.
—Pues hay más.
Sin dudarlo, Ricardo cortó otro pedazo y lo puso en el plato de Luciana con un gesto lleno de ternura.
—Come tranquila, hay suficiente.
Desde el otro lado de la mesa, Alejandro no perdió ni un segundo de esa interacción. ¿De verdad era tan bueno ese pastel?
Mónica, al notar la dirección de su mirada, siguió su línea visual. Su corazón se hundió de golpe al darse cuenta de que estaba observando a Luciana.
***
La cena continuó durante un buen rato.
Cuando terminaron, ya eran cerca de las nueve de la noche. Alejandro y Ricardo habían bebido un poco más de la cuenta, pero este último insistió:
—Luciana, yo te llevo a casa. A esta hora, no es seguro que vayas sola.
Esa declaración dejó a todos, excepto a Alejandro, con la boca abierta.
¿Ricardo preocupado por Luciana? Después de tantos años, de repente parecía interesarse por su seguridad.
Clara resopló con evidente molestia y sujetó a su esposo del brazo.
—Has estado bebiendo, no puedes manejar.
—No importa —respondió Ricardo, sacudiendo la cabeza—. Podemos pedir un conductor designado.
—Si vas a hacer eso, mejor que el conductor la lleve directamente —sugirió Clara, claramente irritada.
—Eso no es posible —replicó Ricardo, rechazando la idea de inmediato—. ¿Y si el conductor no es de fiar? Podría pasar algo malo.
—¡Qué tonterías! No todo el mundo es un delincuente… —Clara ya había perdido la paciencia.
Para ella, el repentino cambio de actitud de Ricardo hacia Luciana era no solo extraño, sino también inquietante. Si él empezaba a preocuparse demasiado por ella, podía significar problemas para ellas.
Luciana entendió el trasfondo de la situación y dejó escapar una ligera risa sarcástica.
—No es necesario. Yo puedo volver sola. No es tan tarde.
—¡De ninguna manera!
Cuando el enfrentamiento parecía estancado, Alejandro intervino, frunciendo el ceño.
—No es necesario que pidan un conductor. Mis hombres pueden encargarse. Cada uno será llevado a casa.
Su tono era firme, sin dejar espacio para discusión.
Los ojos de Ricardo se iluminaron al escuchar la solución.

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