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Cicatrices de un Amor Podrido romance Capítulo 11

Mi madre se quedó con la palabra en la boca, los ojos abiertos como platos. La facilidad con que había aceptado el divorcio la había dejado sin habla. Mi padre, que estaba a punto de estallar en cólera, se congeló en su lugar. No era para menos: antes habría preferido morir antes que divorciarme de Simón.

Sin darles tiempo a recuperarse, me acomodé mejor en la cama.

—Como ven, todavía no me recupero del todo y no quiero moverme. No iré a disculparme con nadie. Que Simón prepare el acuerdo de divorcio y que su abogado me lo traiga.

Me cubrí con las cobijas empapadas. La tela mojada se había vuelto casi impermeable, sofocándome, pero era mejor que enfrentar las reacciones de mis padres.

Ellos me conocían demasiado bien. Aunque les parecía increíble que cediera tan fácilmente, cuando se recuperaron de la sorpresa inicial, entendieron que no estaba jugando. Por primera vez, hablaba en serio sobre divorciarme de Simón.

De pronto, su actitud cambió por completo. La dulzura brotó de sus voces como miel envenenada.

—Hija, por fin lo entendiste —Mi madre se acercó con fingida preocupación—. Si estás cansada, descansa. No tienes que moverte para nada, le pediré a Teresa que venga a cuidarte. Ella se encargará de todo.

Mi padre dejó una tarjeta sobre la mesita de noche con un gesto grandilocuente.

—Aquí tienes cien mil pesos. Gástalos como quieras. Si necesitas más, solo pídemelo —Se pasó una mano por el cabello canoso—. Eres joven, recupérate bien. Los mejores días están por venir.

Siempre era así. Cada vez que cedía algo a Violeta, se volvían increíblemente amables conmigo. Como si sus migajas de cariño pudieran compensar todo lo que me quitaban.

Ansiosos por darle la buena noticia a Violeta, apenas intercambiaron un par de palabras más antes de marcharse. Cuando confirmé que se habían ido, dejé escapar un suspiro de alivio.

Me apoyé en la cabecera y me incorporé lentamente. Aunque la calefacción estaba al máximo, el agua fría con que me habían empapado me hacía temblar incontrolablemente.

Quería darme una ducha caliente, pero ni siquiera podía caminar rápido. Antes, me encantaba admirarme en el espejo después de bañarme. Solía pensar, vanidosamente, que me veía increíble. Mi piel era tan suave y blanca que hasta yo misma quería morderla.

Ahora ni siquiera me atrevía a mirar mi reflejo. Decir que estaba llena de cicatrices era quedarse corto. Era una descripción que ni siquiera alcanzaba a cubrir la realidad de mi cuerpo destrozado.

...

En Villa Serenità...

Simón se dejó caer en el sofá y se aflojó la corbata con gestos cansados. Su rostro reflejaba el agotamiento de días sin dormir bien. Violeta era demasiado frágil; un pequeño sobresalto y pasaba la noche en vela. Él mismo apenas había dormido, y esa noche no fue la excepción. La cabeza le palpitaba.

La noche anterior había bebido demasiado sin probar bocado, y ahora su estómago protestaba. Frunció el ceño.

—Luz, ¿dónde está la medicina para el estómago? Tráemela —Silencio—. Y prepara algo de caldo, me duele el estómago.

Normalmente, Luz siempre salía a recibirlo, revoloteando a su alrededor con mil atenciones hasta que él, fastidiado, le pedía que se calmara. Solo entonces ella se tranquilizaba.

Pero hoy, el silencio era su única respuesta. Su ceño se profundizó, la impaciencia tiñendo su voz.

—¿Luz?

Nada.

Capítulo 11 1

Capítulo 11 2

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