Leandro se quedó en silencio por un momento, su expresión se volvió dura.
—Deja de buscar problemas donde no los hay.-
—¿No me trajiste de vuelta solo para que te complaciera?
¿Complacerla?
Él era el que...
Camila no pudo evitar soltar una risa incrédula. Según él, ¿todavía tenía que estarle agradecida porque se dignaba regresar cada mes a “complacerla”?
—Vaya, gracias por el esfuerzo, señor Ortiz. Mejor dime cuánto cobras por noche y te pago —soltó, con cada palabra más cargada de sarcasmo.
Los ojos de Leandro se oscurecieron de golpe, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar de su boca.
Unos días sin aparecer por aquí y ya se atrevía a hablarle de ese modo.
Pero Camila, ignorando su mirada, que parecía capaz de partir piedras, continuó:
—Ay, olvidé que el señor Ortiz no anda necesitado de dinero. ¿Por qué no te pagas tú mismo para hacerme el favor de sonreír? Así no tienes que andar pidiendo reembolso.
—¿Qué estás diciendo? —Leandro le lanzó una mirada que podía helarle la sangre a cualquiera, pero ella ni se inmutó.
Con tranquilidad, Camila respondió:
—Pero no importa, tu boda con Valentina no tiene por qué cambiar de fecha.
Leandro frunció el ceño, sin entender nada.
—¿Te tomaste algo raro o qué?
Camila inhaló hondo, como quien se prepara para saltar al vacío, y declaró:
—Mañana vamos al registro civil a firmar el divorcio, así no retraso tu boda.
¿Divorcio?
Leandro por fin comprendió lo que ella estaba diciendo.
—¿Quieres divorciarte de mí?
—Sí —afirmó Camila, sin vacilar.
El silencio cayó como una losa sobre la habitación, hasta que de repente él dejó escapar una risa cargada de burla.
—Vaya, qué bien. Dime tus condiciones.
—No hay condiciones. No quiero nada —reiteró Camila, con una firmeza que no admitía discusión.
Leandro no logró disimular la mueca sarcástica en sus labios.
A ella nunca le importó que la sirvieran. Pero entre el trabajo y el cansancio, apenas y tenía tiempo de cocinarse algo.
Por eso su gastritis se agravó tanto en los últimos dos años.
Mientras otros matrimonios celebran la felicidad, el suyo parecía más un castigo autoimpuesto.
No pegó el ojo en toda la noche.
Antes de que saliera el sol, se levantó a empacar sus cosas. Luego le escribió a su mejor amiga, Eloísa Soto, pidiéndole ayuda para redactar el acuerdo de divorcio. Eloísa era la abogada más reconocida de Silvania.
A esa hora seguro seguía dormida, pero cuando viera el mensaje sabría qué hacer.
Leandro no volvió en toda la noche.
Antes de salir, Camila echó un último vistazo a aquel departamento donde había vivido cinco años.
Lo siguiente era ir a la empresa para entregar su renuncia. Cuando Leandro tuviera en sus manos el acuerdo de divorcio, ella al fin podría empezar de nuevo.
Todavía no tenía claro qué haría después.
Fue la primera en llegar a la oficina. Prendió la computadora y envió la carta de renuncia. Luego imprimió el informe correspondiente.
Cuando estuvo todo listo, se encaminó al despacho de Leandro con los papeles en la mano.

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