Camila miró la hora en su celular, esperando que él aún no estuviera en la oficina.
Sin embargo, apenas se acercaba a la puerta, una voz chillona la detuvo.-
—Camila.
De inmediato reconoció de quién se trataba, pero al estar en la empresa, no le quedó más remedio que saludarla.
—Señorita Gil.
Valentina, perfectamente maquillada, le dedicó una sonrisa falsa antes de ir directo al grano:
—Camila, hoy vine a la empresa a grabar un video promocional, pero mi asistente tuvo que pedir permiso. ¿Puedes ayudarme tú haciendo de asistente?
Sin esperar respuesta, Valentina insistió con tono apurado:
—No es nada importante, solo tráeme un jugo, pásame algunas cosas, lo de siempre.
Solo a ella se le ocurría pedirle a la directora financiera de la empresa que le trajera bebidas o le cargara objetos. Y el objetivo era claro: humillarla frente a todos.
Camila, sin perder la calma, respondió de inmediato:
—Tengo otras cosas que hacer.
—No te va a quitar mucho tiempo —insistió Valentina, pegada a su papel de víctima.
—Mejor pídele al señor Ortiz que te asigne a alguien más —le soltó Camila, ansiosa por entregar su carta de renuncia y sin ganas de seguir con el jueguito.
Valentina se atravesó en su camino, con una cara de triunfo que no pudo ocultar.
—El señor Ortiz me dijo que podía pedirle a quien yo quisiera.
Sus ojos destilaban reto, esperando que Camila cediera.
—Perdón, tengo prisa —Camila intentó rodearla para irse, pero Valentina dio un paso al frente y, de manera exagerada, rozó su hombro. De repente, se fue directo al piso.
—¡Ay! —gritó Valentina, tirada en el suelo, mientras su equipo de trabajo corría a ayudarla, preocupados.
—¿Señorita Gil, está bien?
De pronto, una voz resonó en el pasillo.
—¡Señor Ortiz!
—No quiero repetirlo una vez más.
—No fui yo. No pienso disculparme. Si no me creen, revisen las cámaras —Camila no se movió un centímetro. Ya estaba cansada de aguantar, cansada de tener que callar siempre.
Si Leandro quería defender a Valentina, perfecto, pero que no la tratara como culpable solo porque sí.
Camila se dio la vuelta para irse, pero Leandro, evidentemente irritado, la tomó del brazo con fuerza.
Ella forcejeó un par de veces, sin lograr soltarse, y le clavó los ojos.
—¿Señor Ortiz, usted lo vio con sus propios ojos?
Con tanta gente ahí, cualquiera con sentido común sabría que ella no había empujado a Valentina. Pero él seguía empeñado en protegerla. Quizá ese favoritismo era lo que Valentina tenía y que a Camila nunca le dieron, por más que se hubiera esforzado durante cinco años.
La mirada de Leandro se oscureció y la presión sobre su muñeca aumentó.
Camila, aguantando el dolor, le espetó entre dientes:
—Señor Ortiz, todos están mirando. ¿De verdad quiere que empiecen a sacar conclusiones sobre lo nuestro?

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Cinco años sin amor: El día que decidí ser yo misma