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Cinco años sin amor: El día que decidí ser yo misma romance Capítulo 9

—¿A quién le dedicamos el primer brindis? —Darío empezó a maquinar, buscando crear una atmósfera incómoda.

De pronto, su mirada se posó en Leandro y Valentina.

—Creo que el primer brindis debería ser para Leandro y Valentina.

—Que sean felices juntos y que nada los separe.

Al oír esto, algunos de los chicos ricos no tardaron en meter su cuchara.

—Señor Ferrer, ¿qué está diciendo?

—¿Dije algo incorrecto? —soltó Darío con arrogancia.

—Señor Ferrer, recuerde que el señor Ortiz es un hombre casado —le recordó uno de los muchachos.

Darío se encogió de hombros.

—¿Y eso qué importa?

Entonces, con toda la intención, se dirigió a Camila.

—El que no es amado, ese sí es el tercero en discordia.

Por más que trató de controlarse, esa frase le cayó a Camila como un balde de agua helada.

Él tenía razón. El que no es amado es quien sobra.

Si ella hubiese entendido eso desde antes, no habría insistido tanto ni se habría aferrado por tanto tiempo.

Camila se burló de sí misma en silencio. Tomó la copa llena que le ofrecía Darío y se acercó a Leandro y Valentina.

—Señor Ortiz, señorita Gil, este brindis es para ustedes.

Sin pensárselo, se empinó la copa de vino tinto de un solo trago.

Luego, con firmeza, dejó la copa invertida sobre la mesa.

Era una copa generosa, por lo que varios de los presentes no pudieron evitar aplaudirle.

Leandro se quedó mirándola, sorprendido.

No recordaba haberla visto tomar tanto antes.

Camila, con el rostro encendido y una sonrisa sincera, lanzó su bendición:

—Que pronto puedan hacer pública su relación y se conviertan en una pareja reconocida.

—Y que la señorita Gil deje de ser la “otra” y por fin se convierta en la verdadera señora Ortiz.

Antes de que las palabras terminaran de salirle de la boca, el semblante de Leandro cambió. Apretó tanto la copa que casi la rompe.

Por un momento, se hizo un silencio absoluto.

Camila, que nunca había sido buena para el trago, ya sentía el mareo. Dos copas rebosantes, casi una botella entera.

Ni siquiera había tenido tiempo de sentir el efecto del alcohol cuando su estómago empezó a revolverse y los ojos le ardieron hasta las lágrimas.

Haciendo un esfuerzo, con las mejillas encendidas y la voz temblorosa, se excusó ante todos:

—Perdón, no aguanto mucho el vino, no quiero arruinarles la fiesta.

—¡Camila, no te vayas! —gritó Darío, intentando detenerla.

Pero Camila ya iba tapándose la boca, corriendo hacia el baño.

Valentina no pensaba dejar que la situación pasara así como así; necesitaba desquitarse.

—Camila se ve mal, la voy a acompañar —dijo de inmediato, siguiéndola.

Camila llegó al baño y apenas cruzó la puerta, vomitó todo el vino.

No había comido casi nada ni al mediodía ni en la noche, así que lo único que tenía en el estómago era el vino que acababa de beber.

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