TRINITY
— ¿Qué pasó? ¡Logró robarte los pocos ahorros que te quedaban! – Mónica, mi compañera de piso y mejor amiga, agarró mi teléfono revisando la app del banco nerviosamente.
— No, no, pero vació mi tarjeta de crédito, me dijo ayer que se le prestara para una emergencia, que me lo devolvía luego, ¡y yo como idiota se la di con contraseña y todo! – agarré mi cartera con ira y saqué la tarjeta haciéndola trisas.
— Me pasaré meses pagando todos sus caprichitos y perfumes caros, ¡incluso se compró un móvil que ahora ni me responde! Dios, como pude ser tan estúpida e ilusa.
— También está la factura del hotel - Mónica agregó, torciendo la boca con una expresión sarcástica - Trinity no te parece que es muy coincidente, digo, hacer esto de la tarjeta lo delataría y luego exhibirse delante de nuestras amigas, como para que te lo dijeran.
— Quieres decir… claro… ni los cojones tuvo para cortarme él mismo y dejó que me enterara por otras personas, que cabrón Dios mío.
Caí derrotada al sofá, llevándome las manos al rostro, las lágrimas de rabia volvían a quemar en la esquina de mis ojos.
Había llegado hace como una hora del viaje en coche más incómodo de mi vida, con July casi haciéndome un cuestionario de mi vida y la presencia abrumadora y silenciosa de su hermano a mi otro lado.
El sofá se hundió y sentí el apretón reconfortante en mi hombro, me dejé caer hacia Mónica, recostándome a su pecho y ahogando la amargura en mi garganta.
— Trini, odio verte así. Ese imbécil no merece ni una lágrima más tuya. Y con respecto al trabajo, algo mejor va a llegar. Eres una guerrera, nunca olvides que te apoyo hasta el final.
Su manita comenzó a acariciarme la espalda y le agradecí, abrazándola más fuerte.
Nos quedamos por unos minutos en silencio.
Suspiré agradecida con la vida del día en que nos hicimos amigas en la uni, ella estudiaba enfermería y yo secretaría.
Mamá había muerto hace años, dejándome sola, intentando sobrevivir en este monstruo de ciudad desde joven.
— Voy a ahogar mis penas en la almohada.
Hice por levantarme, con mi viejo pijama a rayas, lista para derrumbarme en mi cuarto y acumular fuerzas.
Mañana iría a reclamarle a ese idiota que me pagara mi dinero, aunque algo me decía que sería tiempo perdido.
— Ah no, señorita, nada de coger cama, hoy hay una reunión de exalumnos y nos vamos de marcha a un club. Date un baño y ponte un vestido sexy, quiero de vuelta a esa Trinity empoderada.
— Mónica, lo que menos estoy ahora es para alcohol y música, mucho menos para salir con nadie nuevo— protesto ante sus empujones a mi espalda, avanzando por la pequeña salita de nuestro departamento neoyorquino.
— ¿Quién habló aquí de relación? Es solo salir a divertirnos y olvidar los problemas – me paro en el umbral de la puerta del cuarto y me giro para ver sus ojitos lastimosos.
Perdió a Teobaldo, su viejo perrito salchicha hace menos de 15 días, lo lloramos como niñas y sé que también necesita esta escapada.
— Mónica no tengo dinero…
— Tranquila, todo lo va a pagar el riquillo de Elías ¿Cuántas veces tienes la oportunidad de ir al selecto Club Abyss gratis?
La palabra Abyss me trae recuerdos de ese atractivo hombre peligroso y sexy.
— Bien, pero lo hago por ti…
— Esa es mi chica. Cinco minutos en la ducha y luego vamos a sacar esos vestidos de guerra que hace rato no usamos – se marcha corriendo hacia su cuarto al lado del mío.
Sonrío bufando y camino hacia mi closet.
Así que valentía, ¿no? Veremos que tan valiente soy en realidad.
*****
Las luces rojas y azules envolvían el ambiente del Club Abyss en un caos vibrante.
El aire se respiraba denso mientras nos adentrábamos.
Aromas de perfumes caros, cigarrillo y cuerpos sudorosos, mientras la música electrónica retumbaba en las paredes y la pista estaba a tope.
Nos sentamos con los chicos del curso de Mónica en una mesa redonda cerca del bar.
Hablábamos y nos reíamos, los tragos iban y venían, quería dejar de pensar en Ethan, en mis deudas, en mis sueños truncados, así que me tomé varias margaritas seguidas, pero la verdad, rara vez me embriagaba perdida.
— Oye, yo creo que le gustas a Elías, no ha dejado de echarte el ojo en toda la noche y claro, con ese culaso que te mandas en ese vestido negro corto, cualquiera – Mónica, igual media achispada, me dijo en un susurro en mi oído.
Mis ojos se desviaron hacia el pelinegro que me observaba desde el otro lado de la mesa.
Sonrió suavemente cuando me fijé en él y le devolví el gesto tomando de mi copa.
No estaba mal, pero no era mi tipo, pijo, niño rico de mamá y papá, ya de dramas estaba hasta las castañas.
El bajo de la música reverbera en mi pecho cuando las primeras notas de "Addicted" inundaron el club.
Algo en esa canción me electrizaba, haciéndome olvidar todo.
— Mejor vamos a bailar – agarro la mano de Mónica y efusivamente la arrastro hasta la pista.
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