Mónica vio el mensaje: era de Fiorella.
Sin poder evitarlo, arrugó la frente con fastidio.
Al abrir WhatsApp, notó que lo primero era una foto.
Se trataba de un amuleto desgarrado, hecho trizas.
Mónica fijó la mirada en la pantalla del celular; la arruga de su frente se hizo más profunda.
Ese amuleto lo había conseguido ella misma, hacía dos años, en el Santuario del Espíritu. Recordaba bien cómo, guiada por los rumores del templo, subió los 999 escalones de la montaña y se arrodilló tres veces para rezar, con nueve reverencias, hasta obtenerlo.
Aquel día, el viento soplaba fuerte en la cima; sus rodillas sangraron por tanto arrodillarse, pero por dentro sentía una dulzura inexplicable.
Su mayor deseo era que el amuleto protegiera a su amado, que le diera salud y una vida tranquila.
Cuando Jaime se enteró, se conmovió tanto que la abrazó y giró con ella en brazos.
—Moni, soy el tipo más feliz del mundo—le susurró entonces.
Pero ahora, ese amuleto estaba hecho pedazos, reducido a simples restos de papel, igual que su amor: desgarrado y hecho polvo.
Todo le parecía un mal chiste.
Enseguida, Fiorella envió otro mensaje, rebosante de provocación.
[¡Ay, señorita! Qué pena, pero Jaime quiso que estuviera bien y me regaló este amuleto. Seguro lo reconoces, ¿no? Eres tú la que se lo consiguió con tanto esfuerzo. Lástima, lo rompí sin querer. No te enojes, ¿sí?]
[Me siento tan culpable, pero Jaime me dijo que de todos modos no vale nada, así que no importa que se rompiera.]
Fiorella escribía con esa actitud de quien goza haciendo sufrir a Mónica. Si lograba lastimarla, se sentía satisfecha.
Mónica se quedó mirando la imagen del amuleto destrozado, un instante en blanco. Luego contestó:
[La verdad, no vale nada. En Amazon los venden por mayoreo. Si te gusta, te puedo pedir unos cuantos. Pero te digo algo: ni un amuleto sirve para la gente que sólo piensa chueco, ¿a poco no?]
Apenas leyó el mensaje, Fiorella sintió cómo le subía el coraje. ¿Mónica estaba lanzándole indirectas así de descaradas? ¡Desgraciada!
[Ya verás, Mónica. Vas a suplicar de dolor—pensó Fiorella, apretando el celular.]
Ahora que Mónica estaba sola, y si además le quitaba al prometido, seguro no le quedaba ni fuerza para seguir adelante.
Sólo imaginarlo le provocaba una satisfacción inmensa.
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