Esa noche, Adriana no hizo más que llorar desconsolada, sola en su habitación. Tenía rabia consigo misma, y con la vida que le tocó. Rabia por sentir un amor no correspondido, rabia por tener que ser la hija de una madre ambiciosa y sin sentimientos, rabia por qué aunque quisiera rebelarse y luchar por ser la esposa de Ares, jamás podría ir en contra de los deseos de su padre, y menos culpar a su hermana. Ella sabía que debía llorar en silencio, y mostrarse tranquila ante los demás, pues ya suficiente tenía la pobre Aurora con tener que casarse con alguien a quien le tenía miedo.
…
Al día siguiente, muy temprano en la mañana. Aurora escribe una carta, dirigida a la madre superiora, indicando, que rechaza los hábitos, y que declina su interés de convertirse en monja.
Sale y la pone en el buzón, y regresa a la casa pensativa, de lo que de ahora en adelante será su nueva vida.
—¿Qué haces ahí de pie tan pensativa? —Le pregunta Adriana, quien al salir de la habitación, para desayunar e irse al trabajo, la ve al pie de las escaleras, con los ojos cerrados, totalmente estática.
—La vida es complicada, ¿cierto? —Suelta una bocanada de aire, y mira a su hermana con dulzura, con su rostro angelical, que ya no estaba siendo cubierto por la toca.
—¿Lo dices por tu boda?
—Es que... Hasta hace tan solo unos días, era una novicia, y ahora me voy a casar. Y ninguna de esas dos elecciones las tomé yo. Dios tiene planes muy extraños para cada uno de sus hijos.
—¿Y me lo dices a mí? —Se ríe Adriana de sus propias desgracias.
—¡Lo siento! —Finalmente dice Aurora, derramando un par de lágrimas. —Jamás quise hacerte daño
—¡Ey!… Tranquila, no pasa nada. —La mira aún desde el segundo piso. —Yo estoy bien.
—¿En serio?
Adriana empieza a bajar las escaleras, para dar respuesta a la pregunta de Aurora, a quien abraza apenas está cerca.
—Sí, lo estoy. Ahora solo me preocupas tú. Pareces distraída, y temerosa. Y mírate, ¿por qué aún usas el hábito?
—No es algo de lo que me pueda desprender tan fácilmente. Durante dos años lo usé. Ahora simplemente me dicen que debo dejarlo, y no puedo. —Se aparta de su hermana
—Entonces, ¿si querías ser monja?
—Más bien, no tengo ropa, solo mis hábitos.
—Espera, ¿y la ropa que dejaste aquí cuando te fuiste?
—La mayoría no me queda, ya pasaron dos años y mi cuerpo cambió.
—Lo entiendo. Pero ahora ya no eres novicia. Tal vez deberíamos ir de compras.
—Lo soy hasta que la madre superiora lea mi carta, y redacte mi salida como novicia de forma definitiva. Tal vez cuando reciba la respuesta de mi congregación, acepte tu invitación.
—¿Y entonces?, ¿hasta que no te den respuesta, seguirás usando esa ropa?
—Es lo que tengo…
—Pero no creo que a Ares le guste.
Aurora inmediatamente se pone nerviosa al escuchar el nombre de su prometido.
—Seguramente, pero, no puedo violar las reglas de la congregación, así como así.
Adriana toma sus manos, y la mira fijamente a los ojos.
—¡Aurora!, ya has rechazado ser monja. Nadie puede obligarte a hacer lo contrario. Vamos, quizás yo tenga algo que pueda prestarte.
Aurora sigue a su hermana no muy convencida, pero ya no quería seguir rechazando sus buenas intenciones. Apenas, estaban subiendo por las escaleras, cuando el timbre de la puerta suena, y se detienen para ver quien es.
Es Ares y su madre, que entraron apenas les fue abierta la puerta por Esther.
De inmediato, Aurora gira su cara, quedando completamente de espalda hacia ellos, quien se sentía desnuda sin la toca en su rostro.
Adriana le comunica con los ojos, que debe calmarse, al sentir sus manos temblorosas. Aunque ella estaba igual, pues debía hacer lo posible, por soportar, ver al hombre que amaba, venir por su hermana, y no por ella.
—¡Buenos días, niñas!, ¿y sus padres? —Pregunta Jazmín, quien tiene afán, y desea llegar temprano a la oficina.
—¡Buenos días, Señora! Mis padres deben estar en el comedor. —Responde Adriana centrando sus ojos en Ares, que está al igual que siempre perfectamente acicalado, con su traje de oficina, pero era innegable que el aire frío de la mañana le sentaba muy bien, y con esa expresión de indiferencia que lo hacía tan interesante.
Ares ni siquiera se digna a saludarlas. Le preocupa más, salir de allí rápidamente para tener tiempo de ver a Vanesa, antes de irse a trabajar.
—¿Ya se fueron? —Le pregunta Aurora a su hermana, en voz baja, totalmente petrificada a mitad de escalera.
—Sí, se fueron al comedor. Ahora, con más razón, debes venir conmigo. Hay que quitarte esa ropa. —La lleva con prisa Adriana, a su habitación.
...
Busca con desespero, en su armario, algo que le guste a Aurora, pues todo le parece muy atrevido.
—De verdad que ya no sé qué mostrarte. Eres demasiado mojigata. Así como vamos, terminarás usando una sábana para cubrirte de pies a cabeza. —Le dice muy frustrada.
—No seas exagerada. Es solo que toda tu ropa es muy ajustada. No me sentiría cómoda. Me gustaría algo, un poco holgado.
A Adriana le viene a su mente, un vestido que compró hace mucho, y que por error empacaron una talla más grande. Siempre dijo que lo devolvería, pero pasó el tiempo y jamás lo hizo.
—Ya sé. Creo que tengo algo que te puede gustar.
Saca de una caja, guardada en el fondo de su armario, un vestido largo hasta debajo de la rodilla, de color gris, manga larga, cuello redondo. Era simple, y muy recatado, Justo lo que Aurora quería. Adriana lo había comprado, por qué en la talla correcta, acentuaba muy bien la figura, pero como era un poco más grande, quedaba holgado, y sin forma.
Aurora apenas lo ve, acepta cambiarse de ropa, y en efecto, al ponérselo, ella se sentía muy cómoda, aunque no le favoreciera en nada.
Recoge su cabello en un moño estilo tomate, que Adriana le ayuda a hacerse, dejando ver el esplendor de su hermoso rostro.
—Deberías dejar tu cabello suelto. Es hermoso.
—Gracias, pero no estoy acostumbrada.
—¡Pues es una lástima! —Comenta Adriana, quien ve a Aurora a través del espejo de su tocador, sentada en su cama, mientras termina de arreglarse lo mejor que puede, para Ares, pues era inevitable que no quisiera verse preciosa para llamar su atención, aunque sabía que su hermana era más bonita que ella, y eso en el fondo, le producía algo de envidia. ¡Jamás podría competir con Aurora!
***
Isaías y Eloise, estaban sentados en la mesa, esperando el desayuno, muy disgustados entre sí, por una discusión que tuvieron la noche anterior, con respecto al comportamiento de Eloise, y a la condición que puso Isaías, para que Aurora se casara con Ares. Ninguno de los dos dice una palabra, manteniendo su posición de orgullo, hasta que aparecen Jazmine y Ares, sin ser anunciados.
—¡Buenos días! —Entra Jazmine, altiva y toma asiento, seguida de su hijo, que hace lo mismo.
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