—Es increíble... —Dice Ares recostado en el piso, mientras abraza a Aurora, que tiene el cabello enredado y lleno de pétalos.
—¿Qué? —Pregunta con curiosidad la mujer que intenta controlar su vergüenza, al estar completamente desnuda junto a su esposo.
—Lo apasionada que puedes ser en la intimidad, cuando normalmente eres alguien que a menudo intenta guardar la compostura.
—¿Y eso te disgusta?
—No... Amo cada faceta tuya...
—¿Amor? Esto es lo realmente increíble. Que digas amarme, cuando nuestro matrimonio no ha sido más que un acúmulo de tragedias y venganzas.
—Es cierto, pero también es cierto que desde el día uno estuviste en mi vida como un ángel qué me ayudó sin siquiera darse cuenta.
—¿De qué hablas?
—Recuerdas el día que nos conocimos...
—No... Era muy pequeña...
—Tenías 5 años y yo 13... Ese día había acompañado a mi mamá por primera vez a tu casa. Jugabas en el patio, mientras yo estaba solo en una esquina esperando. Te acercaste a mí, sonreíste y me preguntaste si quería ser tu amigo... Nunca te respondí, pero ese día estaba realmente emocionado.
—¿Qué? No lo recuerdo... Pero, eso no tiene nada de especial.
—Tal vez no para ti, pero en la escuela era acosado por ser estudioso, y porque se corría el rumor de que mis padres no me querían, ya que nunca iban cuando se les citaba. No tuve un amigo hasta los 15 años cuando conocí a Esteban. Y tu petición fue como un bálsamo al corazón. Nadie además de los empleados me prestaba realmente atención, y tú siempre me mostrabas una sonrisa, a pesar de que yo jamás te la devolvía. Por eso nunca me negué a acompañar a Jazmine a tu casa, verte me hacía sentir que por lo menos alguien se fijaba en mí. Quizás por eso me aferré tanto a Vanesa, por que no pertenecía a ese mundo que me habia hecho sentir diferente desde pequeño.
—Es cierto... Ahora lo recuerdo. La última vez que te vi, yo apenas tenía 9 años, y Octavio había fallecido. Ese día te pregunté...
—¿Por qué nunca lloras, ni ríes? —Sonríe, al terminar la frase...
—Sí... Y me respondiste... —La interrumpe nuevamente.
—Porque no tengo por qué llorar, y con tu sonrisa me ha bastado los últimos años...
—Sí... Y al final, antes de irte, me dijiste que nunca dejara de sonreír. —Afirma Aurora.
—Es cierto, pero no me hiciste caso...
—Siempre sonreía porque creía que todo mejoraría, y algún día sería muy feliz, pero después de años llevando una vida que no mejoraba para mí, simplemente deje de hacerlo. Me volví retraída y aprendí a esconder mis sentimientos. Aprendí que era mejor ser obediente y no intentar ir en contra de mi destino. —Ares la abraza con fuerza, aferrándola a su pecho...
—Lamento tanto haberte hecho daño. Es algo que jamás me perdonaré.
Aurora deja salir una lágrima que limpia rápidamente, y se levanta, colocándose sobre su esposo, para verlo fijamente.
—Pero aún no me has dicho por qué te enamoraste de mí...
—Claro que si...
—No… No lo hiciste.
—Si lo hice. Te dije que siempre estuviste para mí como un ángel. Un ángel que no necesitaba hacerse notar, pero que siempre me acompañó y ayudó...
—¿Por decirte que fueras mi amigo?
—Por eso, y por cuidarme en silencio mientras me embriagaba a diario por Vanesa; por a pesar de todo lo que te hice, no permitir que cometiera errores y ser mi sostén cuando me enteré de la verdad; por escucharme cuando necesité hablar de mis penas y no emitir juicios; por verme a través de la toca que usabas, como si fuera especial...
—¿Eh?
—Por orar por mí, cuando yo no era más qué tu verdugo; por mirarme siempre con pena, a pesar de que yo lo hacía con desprecio; por volverte fuerte para darme una lección; y por apaciguar mi corazón ese día en la casa de la playa, cuando disfrutabas de la brisa marina, mientras tu cabello se movía ondulante, para luego mostrarme nuevamente tu bella sonrisa, haciendo vibrar mi corazón.
—Ah, sí... Ahora lo recuerdo, el día que estabas en la cocina, y te estabas atragantando con la comida. —Se burla un poco Aurora.
—Sí... —Ares se aparta, se levanta quedando sentado en y Aurora hace lo mismo. La mira a los ojos y la toma de las manos.
—¿Qué pasa Ares? —Le pregunta al ver a su esposo con una expresión triste.
—No soy una buena persona, ya te lo he dicho, pero quiero ser mejor. Me equivoqué, fui cruel y no me voy a justificar en que soy un ser humano, porque intenté lastimarte consciente, y es algo que no puedo resarcir por más que lo intente. Sin embargo, siento que tengo una nueva oportunidad para construir una vida junto a ti... Hemos pasado por los peores momentos juntos, y nos hemos conocido con nuestros peores demonios, y un sentimiento que nace en silencio y desde la dificultad, puede ser más fuerte que aquel que nace en la serenidad. Quiero estar contigo y ofrecer todo lo que tengo, dame esa oportunidad.
—Yo soy una simple mortal, tengo derecho a condenarte, cuando yo también quise vengarme consiente. Ningún daño se podría minimizar, pero por primera vez en mi vida estoy tomando una decisión, basada en lo que yo quiero. Así que no me mientas, no me hagas sentir frágil, ni vulnerable. No me uses como excusa para tomar decisiones, y escúchame... —Afirma la chica y Ares, asiente sonriente y se levanta en busca de su saco.
—¿A dónde vas?
—Un momento... —Toma su saco que estaba debajo del escritorio, y saca algo del bolsillo, que le ofrece a Aurora con la mano empuñada.
—¿Qué es?
—Es algo que te pertenece, y que me acompañó en los momentos más difíciles... —Abre la mano y le muestra a Aurora su rosario.
—Como es que...? —Lo mira sorprendida.
—Vanesa lo tiró y yo lo recogí. Durante todo este tiempo lo llevé conmigo. Al principio quise devolvértelo, pero se hizo una costumbre llevarlo en mi saco, y creo que ya es momento de devolvérselo a su dueña.
—¿Todo este tiempo lo llevaste contigo?—Lo toma entre sus manos y recuerda cuantas veces se aferró a él, en busca de una ayuda divina.
—¡Mjum! Me hacía tenerte presente todo el tiempo, aunque yo mismo pelee muchas veces por no poder sacarte de mi mente. ¡Era tan tonto!
—Sí. ¡Lo eras! —Aprieta con firmeza el rosario contra su pecho, mientras echa su cuerpo levemente hacia atrás, recostándose sobre el cuerpo de su esposo.
...
Horas después, Ares lleva a Aurora a casa de su padre, aunque le pidió que se fuera con él, no insistió, pues la mujer no quería tomar las cosas a la ligera, pues vivir juntos como pareja era bastante apresurado para ella, que apenas podía manejar lo que sentía.
—Es tóxico de mi parte, no querer soltarte para que seas solo mía —Le dice el hombre que no quiere despegarse ni un solo instante de su esposa, pues la abraza con anhelo.
—Sí... lo es...—Afirma entre dientes Aurora y él finalmente se aparta a regañadientes.
—Descansa, cariño... —Le da un tierno beso en la frente y luego uno lento y pausado en los labios para después alejarse en dirección a su auto.
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