Aurora, que espera afuera de la estación a Adriana, no deja de recibir llamadas de Ares, que manda a buzón, pues después de pensar toda la noche en sus sentimientos, sigue más confundida que antes.
Que le podría decir a su esposo, después de comportarse como una lanzada, que se acostó con él y ahora lo ignora, por qué ni siquiera sabe si su amor era tan grande por él, como para perdonarle todo lo que hizo en el pasado. Además, ¿podía confiar realmente en él? Era verdadero su cambio?, ¿o algo del antiguo Ares aún quedaba en su interior?
La verdad es que no quería arriesgarse. No quería arriesgarse a sufrir nuevamente por él. Tenía miedo de equivocarse y salir lastimada nuevamente.
No estaba segura de si sus acciones presentes podían borrar sus acciones pasadas, y sabía que debía dar un salto de fe e ir por él, si lo quería, como le había aconsejado Adriana, pero era una decisión que debía pensársela bien, después de todo, no es fácil entregarle el corazón, a quien una vez te humilló y maltrató.
—¡¡¡Aurora!!! —Llama Adriana varias veces a la mujer que estaba completamente distraída.
—¿Eh?... ¿Ya terminaste? —Le pregunta Aurora, que se le hizo muy corto el tiempo.
—Sí. Solo me dieron 20 minutos, por qué piensan trasladarla hoy mismo a la cárcel central de mujeres.
—¿Cómo? ¿Sin un juicio?
—Luego de que hablamos, decidió confesar, y según lo que le entendí al abogado de oficio, es que solo estará privada de su libertad, de 1 a 5 años, ya que realmente ella ocultó un crimen, que descubrió por casualidad, eso la convierte apenas en un cómplice simple, y el castigo no es severo.
—¿Entonces por qué hablas de hasta 5 años?
—Por qué reconoció obtener, durante años, dinero de forma ilegal, por medio de amenaza y extorsión. Y aunque Jazmíne sea una asesina, no deja de ser una persona a la que extorsionó.
—Dios! —Exclama Aurora. —¿Y tú?, ¿cómo estás?
—Triste. Verla encerrada, y demacrada, me afectó, pero es mejor así. Solo pagando por sus delitos, entenderá la gravedad de lo que hizo.
...
Esa noche Adriana fue al apartamento de Daniel, para quedarse con él, ya que no se habían visto en todo el día, y dejó a Aurora con su padre. Sin embargo, no pudo compartir con su novio, más que trabajo, pues cuando llegó, lo encontró en compañía de Ares, arreglando todo para rueda de prensa, y una reunión con los accionistas, y la junta directiva.
—Y... ¿Cómo está, Aurora? —Le pregunta Ares, que desde que la vio llegar ha querido preguntarle por su esposa, pero no quería verse desesperado.
—Está bien. Está en casa con nuestro padre. Seguramente durmiendo. Hoy fue un día complicado...
—Mmmm... Y... —Adriana lo mira expectante, mientras él se toma su tiempo para preguntarle lo que quiere saber...
—¿Y qué?
—¿Y todo está bien?, es que por más que la llamo no me contesta. ¿Ella te ha dicho algo? Quizás hice o dije algo que no le gustó...
Daniel, mira a su novia, dándole a entender que ayude a Ares.
—Ares... discúlpame, pero si mi hermana me contara algo, jamás traicionaría su confianza. Si tienen algún problema, deberían resolverlo entre ustedes. —Le responde la mujer, dejándolo más desanimado que antes, pero asiente y entiende su posición.
Durante, varias horas siguen trabajando duro, siguiendo la estrategia que plantea Daniel, pues Ares, como un robot, solo decía "Sí" a todo lo que proponían la pareja de novios, pues su cabeza, solo tenía lucidez para pensar en Aurora.
—¡Vaya! Ya es tarde... —Bosteza Adriana.
—Deberías ir a la cama, amor. Ya estamos terminando. En un rato te alcanzo. —Le dice Daniel
—¿Seguros?
—Sí. No hay problema. —Afirma Ares.
—Está bien. Me iré a dormir. Buenas noches...
—¡Buenas noches!
***
Esa noche, Jazmine que aún está en la clínica, hospitalizada por la herida de bala, despierta, después de dormir por varias horas, pues últimamente permanecía casi siempre sedada. Observa una tenue luz azulada en la habitación, fijándose en una silueta oscura que está parada frente a la ventana.
—Quién está allí? —Pregunta la mujer, que intenta divisar entre la poca luz, quién es...
—No me recuerdas? —Dice una voz tenebrosa, que de la nada se gira y se acerca a ella rápidamente, mostrando un rostro calcinado. —Soy Francisco... —Dice, asustando a la mujer que grita con descontrol...
—¡Guardias! ¡Guardias! —Grita a los policías que custodian la habitación, quienes entran rápidamente, encienden las luces.
—¿Qué pasa?
—¡Sáquenlo!... ¡Aléjenlo de mí!... —Grita la mujer que sigue viendo el rostro y el cuerpo deformado de su exmarido detrás de uno de los policías. —Allí... detrás de usted... sáquelo... —Le dice nerviosa a uno de los policías, que observa la habitación, sin ver a nadie diferente a ellos.
—Señora cálmense... Vuelva a dormir
—No puedo... No con Francisco vigilándome.
—Y Octavio, y Elena, y Martín, y todos aquellos a los que mataste. —Empieza a alucinar que uno de los guardias dice esas palabras, y su cara se torna como la de Octavio, y el otro como su chófer...
—¡Ahhhhh! ¡¡¡Auxilio!!!! ¡¡¡Auxilio!!! —Grita desesperada, la mujer, que cada día está más loca, gracias a Josué, que con ayuda del doctor Reginald, ha entrado sin problema a la habitación de Jazmine casi a diario, y mientras duerme, le sigue suministrando el medicamento por medio del suero, pues no planea descansar hasta trastornarla por completo.
Los policías que no pueden controlar a la mujer que llora, y grita una y otra vez pidiendo ayuda, salen en busca de una de las enfermeras que rápidamente suministra un calmante para Jazmine que a pesar de estar atada a la camilla, no deja de causar problemas.
—Quién diría que esta loca, hasta hace unos días, era la mujer más prestigiosa de este país. —Comenta la enfermera, luego de ver a la mujer quedarse dormida.
***
Al día siguiente, Vanesa, que está en la cárcel después de ser procesada por el asesinato de "Clandestino", es visitada por el abogado de oficio que le asignó el estado, a quien le pidió contactar a su esposo Joseph, pues aunque era un traidor, era la única persona que podía ayudarla, mientras estaba allí adentro, pues su hermano, luego de enterarse de que la había agarrado la policía, no le volvió a contestar ninguna llamada.
—Como me pidió, intenté localizar a su esposo, el señor Joseph Grint.
—¿Y? ¿Lo encontró?
—Sí, sí, lo encontré.
—Muy bien. ¿Y cuándo vendrá a verme?
—Es que él no vendrá.
—Eso lo dijo porque está enojado, pero, vendrá, yo lo sé. — Afirma segura Vanessa de que el amor que siente yo sé por ella es más grande que su rabia.
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