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De Rodillas Ante Jesús, Besó a Otra romance Capítulo 4

—¿No fue usted?

Apenas Camila terminó de hablar, Octavio seguramente ya estaba llamando por teléfono. Su voz sonó distante, implacable, con ese tono de quien manda y no da lugar a dudas.-

—Gabriela, mañana pásate por Finanzas para liquidar. Después de eso, ya no tienes que venir a trabajar a Grupo Garza.

Colgó y, sin perder tiempo, entró a mi habitación cargando la caja de medicinas.

Octavio tenía el ceño fruncido, la expresión dura. Caminó directo hasta mi cama y se sentó a un lado, sin decir nada.

Me tomó del tobillo, acomodando mi pierna sobre la suya.

—Va a doler un poco. Aguanta.

Sus ojos, oscuros e intensos, se quedaron fijos en mi rodilla, repasando una y otra vez la sangre seca sobre la herida. Sacó un hisopo empapado en yodo y comenzó a limpiar con delicadeza.

Si no fuera por lo que vi en esas fotos, por cómo destrozaron todas mis ilusiones sobre él, hasta podría creer que con esa concentración y cuidado era el mismo Octavio de antes, el que decía que me amaba.

Pero él... él estuvo toda la noche con esa mujer. Y seguro no fue la primera vez. Quizá, durante estos tres años, cada vez que decía que tenía que salir por trabajo, en realidad se iba a estar con ella.

Sentí una punzada de asco, así que retiré la pierna y me moví para alejarme, apartada de él. Tomé yo misma el hisopo y seguí desinfectando mi herida, sin mirarlo.

El ardor en la rodilla era claro y punzante, como si la herida me recordara que entre Octavio y yo ya no había vuelta atrás.

Sin levantar la vista, mientras me colocaba una curita sobre la herida, solté:

—Octavio, vamos a divorciarnos.

Había pasado toda la noche pensándolo, arrancándome a pedazos el cariño, y al final ni siquiera logré sacarle una reacción de sorpresa.

Él, sin cambiar ese gesto duro, replicó:

—¿Divorciarnos? ¿Sí eres capaz?

Después de todo, desde que la familia Bustos me adoptó a los cinco años, lo conocí, y desde entonces fui su sombra, siguiéndolo a todos lados, pensando solo en él.

Me miró con desdén.

—Si es por capricho, ya van varias veces que lo dices. ¿Y si la próxima vez sí te tomo la palabra?

Intenté tragarme la tristeza que me ahogaba y le respondí, sarcástica:

—Ya tienes hasta una hija con otra mujer, ¿por qué crees que te voy a seguir aguantando?

Intenté empujarlo, pero no tenía fuerzas, ni siquiera logré moverlo un poco.

Octavio se inclinó aún más, su voz, tan fría hace un momento, ahora sonaba extrañamente seductora cerca de mi oído.

—De todos los que me llaman papá, la verdad, la única que quiero que lo haga eres tú.

Sentí que la cara se me encendía, ardiendo de pena y rabia.

Cuando todavía no se metía tan de lleno en la iglesia, éramos como cualquier pareja. Había veces, en pleno arranque de pasión, que me hacía decirle “papá” sin parar.

Ahora, solo de recordarlo, me daban ganas de desaparecer.

Octavio me miró como si le divirtiera mi vergüenza, esbozando una sonrisa torcida.

—¿Ya te acordaste?

Yo solo sentía que las mejillas me quemaban.

Pero al verlo tan cerca, ese rostro tan conocido y a la vez tan ajeno, de pronto, sentí que por fin podía soltarlo.

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