—L–Lena... Lena Vallier —tartamudeó ella con la voz quebrada y los ojos de par en par, incapaz de sostenerle la mirada.
Kerem frunció el ceño al escuchar ese nombre y reconocerlo de inmediato.
Era ella, la protegida de su abuelo muerto. La huérfana que él, con su último suspiro, le había dejado como carga. Alguien a quien sin importar si quería o no en su vida, necesitaba.
Entonces su agarre se volvió más fuerte. El músculo de su mandíbula se tensó.
—¿No te dijeron que no puedes entrar aquí? —espetó, apretando su brazo con más dureza.
El dolor la hizo gemir apenas, pero antes de que ella pudiera explicarse, él volvió a atacar con palabras.
—¿Acaso eres tonta?
Su voz se alzó, áspera, filosa, como un látigo que le desgarró la calma. Lena tragó saliva con dificultad, con los ojos llenos de terror.
—Yo... solo… lo siento… —susurró, sin saber si hablar o callar.
Pero él no estaba escuchando.
La furia en su rostro no tenía que ver solo con ella. Era algo más profundo, algo que hervía por dentro desde hace dos años.
Kerem odiaba que lo invadieran, que lo miraran, que lo tocaran.
Odiaba imaginar la compasión en los ojos ajenos, aunque no la viera.
Odiaba pensar que ella —con su voz temblorosa, con ese perfume suave y dulce que no pertenecía a su mundo en ruinas— lo miraría igual que todos: con lástima.
Y eso lo desquiciaba.
—¿Viniste a curiosear? ¿A ver al ciego maldito de la casa Lancaster? —gruñó, con los labios curvándose en una mueca de desprecio, porque Kerem no necesitaba de la compasión ni lastima de nadie, menos ahora de una maldita huérfana.
Cada palabra la hizo encogerse más. Cada grito era como un puñal invisible que la atravesaba.
El sonido de su voz, fuerte, cruel, la hizo sentir tan pequeña, tan fuera de lugar que Lena se revolvió al fin, con desesperación, y logró zafarse de su agarre.
El miedo la impulsó antes de que el llanto le alcanzara la garganta.
—¡Lo siento! —gritó al borde de un sollozo, y salió corriendo del despacho, sin mirar atrás.
La brisa helada del exterior la golpeó apenas cruzó la puerta principal.
El cielo estaba cubierto por nubes grises, y la tarde caía con una calma engañosa.
A su alrededor, los campos se extendían en hileras ordenadas de viñedos, y detrás de ellos, una línea de árboles marcaba el inicio del bosque que bordeaba la propiedad de los Lancaster.
La grava crujía bajo sus pies mientras corría por el sendero lateral que conectaba la mansión con los campos, un camino de tierra estrecho bordeado por zarzas y arbustos bajos.
Lena avanzó sin pensar, con el pecho agitado y la vista nublada por las lágrimas. Solo quería alejarse de esa voz, de ese hombre, de esa casa.
Pasó los primeros viñedos sin detenerse. Las plantas, sostenidas por hileras de alambre, se alzaban en orden perfecto, ajenas a su angustia.
No supo cuánto tiempo llevaba escapando cuando notó que el suelo había cambiado.
El pasto era más salvaje ahí, menos cuidado. El aire olía a humedad y a tierra. El terreno descendía más abruptamente, cubierto por hojas y raíces salientes. Ya no había sendero.
Y entonces, el borde cedió sin advertencia.
El grito de Lena quedó ahogado cuando su cuerpo cayó por la ladera...
.
Los gritos en la mansión Lancaster no eran algo que causara sorpresa. Kerem solía gritar, desquitarse con quien fuese cuando algo no salía como quería o cuando su ceguera lo hacía tropezar con algún mueble, tirar algún objeto o maldecir por no encontrar algo. Era habitual oír su voz alzarse en alguna parte del ala este, donde se mantenía aislado, y todos habían aprendido a mantenerse al margen.
Pero esta vez fue distinto.
Kerem suspiró con fastidio.
—Pasa.
La ama de llaves entró con cautela.
—Lamento interrumpirlo, señor, pero... Lena se fue. Los empleados la vieron muy asustada saliendo de la casa y eso fue hace más de dos horas y no ha regresado.
Kerem no dijo nada al principio.
—No es mi problema. Debió pensarlo antes de meterse donde no debía.
—Va a oscurecer pronto —agregó ella con preocupación—. Y Lena no conoce los alrededores. No sabe cómo es el terreno, ni los senderos del viñedo. Podría haberse perdido... o encontrarse con algún animal.
Kerem volvió a guardar silencio. Le importaba muy poco —por no decir nada— lo que la chica hiciera con su vida, pero la imagen de su abuelo se impuso en su mente. "Protégerla", había sido su última exigencia. ¿Qué le diría al abogado si preguntaba por ella?
Con desdén, gruñó:
—Organiza una búsqueda. Que salgan tres hombres ahora mismo. Y que no regresen sin ella.
Branwen asintió y salió con rapidez.
Minutos después, tres empleados bien abrigados y con linternas salieron hacia la zona trasera de la mansión. Recorrieron los caminos empedrados, el viñedo cubierto de niebla y las zonas más boscosas.
Finalmente, uno de ellos halló rastros: huellas pequeñas, desordenadas, pisadas veloces y torpes. Las siguieron hasta una zona más empinada, cercana a un pequeño barranco.
—¡Aquí! —gritó uno de los hombres.
Los otros corrieron de inmediato.
Fue ahí donde encontraron el cuerpo de Lena, estaba inconsciente.

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