Destinos entrelazados: una niñera en la hacienda romance Capítulo 174

De vuelta al presente…

Denise se sentía cada día más sola. Ya hacía dos semanas que estaba sin su prometido, sola en la casa de su suegra.

Saulo llamaba siempre a la misma hora y hablaba por poco tiempo. En sus conversaciones, no había espacio para que Denise hablara de su situación, ya que él siempre se mostraba cansado y abatido, y ella no quería preocuparlo aún más. Además, desde que eligió quedarse encerrada en la habitación, su suegra no la molestaba más, lo cual, de hecho, era algo bueno.

Cora siempre le llevaba las comidas al cuarto y a veces conversaba con ella, haciéndola distraerse del tedio que era ese lugar.

De hecho, Cora había empezado a respetarla. Y si Denise no fuera tan desconfiada, hasta podría pensar que la mujer empezaba a tenerle afecto, ya que siempre se preocupaba por cómo se sentía o si necesitaba algo.

Eran las diez de la noche cuando Saulo llamó a Denise.

— Hola, morena, ¿qué haces? — La voz del hombre sonaba cansada. Denise sabía cuánto debía de estar agotado, pasando 24 horas en el hospital con su padre.

— En este momento estoy sentada en el balcón del cuarto, viendo las estrellas en el cielo. Esperaba tu llamada.

— ¿Y cómo está el cielo por allá? Yo no he podido ver mucho, pero parece que hoy estuvo bien nublado aquí.

— El cielo está despejado y la luna está llena.

— Quisiera estar ahí contigo — confesaba. — Siento no haberte llamado antes, pero es que hoy mi papá salió de la UCI y estuve hablando con el médico hasta ahora.

— ¡Qué noticia maravillosa! Estoy tan feliz por tu padre. Eso es una buena señal, ¿no? — preguntó animada.

— Sí, si todo sigue así, dentro de una semana ya estaremos ahí — avisó.

— No habría noticia en este mundo que me hiciera más feliz que esa. Te extraño tanto, cariño —intentaba contener el llanto.

— Te aseguro que no más que yo. Te extraño tanto que ni te imaginas. Cuando llegue ahí, quiero perderme en tu largo cabello negro, ¿sabes cuánto lo amo, verdad?

— Pensé que me amabas más a mí — bromeó.

— Te amo completamente, pero tu cabello siempre ha sido tu sello, por favor, no lo cortes nunca.

— Ya no lo cortaba por nada, pero con tu petición, ahora menos que menos.

— Cuando llegue, quiero saciar toda esta saudade que siento de ti. Quiero llevarte a cenar y mostrarte mis lugares favoritos en Londres. Desde que llegamos no hemos tenido un día de paz. Te prometo que compensaré todo el tiempo perdido.

— Cuando llegues, solo quiero estar contigo. — Denise se sentía triste. La saudade que sentía por Saulo era inmensa, y aún más con las hormonas del embarazo, estaba muy sensible. — No quiero separarme de ti ni un segundo. No me importa salir ni adónde vayamos, solo quiero que estés a mi lado. Te amo tanto, Saulo. Tanto, tanto — ella empezó a llorar. — Solo quiero estar contigo por el resto de mi vida.

— Ay, morena… no llores así, que me dan ganas de dejarlo todo y correr a buscarte. Te amo más que a nada en este mundo, no tienes idea de cuánto estoy sufriendo lejos de ti. Si el estado de salud de mi papá no fuera tan grave, jamás te habría dejado sola. Eres mi mujer, mi compañera, mi amiga, y la razón de todo lo bueno que tengo dentro. Cuando volvamos a Brasil, te haré la fiesta más hermosa, con el vestido más lindo que exista. Y te pondré dos joyas: la primera, un hermoso anillo de diamantes en tu dedo; y la segunda, un hermoso bebé en esa pancita tuya. Y mira, no quiero más excusas, ¿me oyes? — río. — Si sigues posponiendo, haré como hizo Oliver con Aurora: ¡te pondré dos bebés de una vez!

— Amor…

Denise estaba a punto de contarle sobre su embarazo, pero decidió esperar un poco más. Le daría la sorpresa cuando él regresara. Sería una buena noticia en medio de tantas preocupaciones.

— ¿Qué pasa, morena?

— Solo estoy cumpliendo con mi deber, señora. La joven es la prometida del patrón, no puedo faltarle el respeto.

— ¡No seas cobarde! Yo soy tu patrona. No admito que la trates como una señora de esta familia, ¿me oíste?

— Pero ella será la esposa del señor Saulo y, por lo tanto, la futura dueña de esta casa… —Intentó justificarse Cora.

Al oír eso, el café que Betty bebía le supo amargo. No podía imaginar a esa «india» como dueña de su herencia. Su rabia fue tan evidente que arrojó la taza de café que tenía en la mano directamente al rostro de la empleada, empapándola.

— ¡Me quitaste el apetito, Cora! La próxima vez que esté comiendo, no me digas cosas desagradables — se levantó. — Esa salvaje no tendrá derecho a nada de esta casa, porque jamás se casará con mi único hijo, mi bien más preciado. No dejaré que una cualquiera destruya mi linaje noble.

Betty salió del comedor rumbo a su habitación. Antes de subir las escaleras, vio a Denise bajando, bien arreglada y con su largo cabello suelto que se movía al caminar.

— Mi hijo se va, y tú por ahí, paseando con esa cara cínica como si nada pasara. ¿Estás deseando que mi marido muera, verdad? ¿Qué andas tramando por las calles de Londres?

— Usted me respeta. Estoy saliendo con una amiga, y su hijo sabe perfectamente lo que hago y adónde voy.

— ¡Eso dices tú! ¡Pobre de mi Saulo, no sabe con qué clase de mujer se ha metido! — insinuó.

— Yo también siento pena por él, pero por tener una madre tan cruel. Saulo no merece ser hijo de alguien tan ruin. Ahora, con su permiso, tengo prisa — dijo, sin bajar la mirada.

Pasó junto a la mujer, moviendo su cabello al viento, y salió por la puerta principal.

— Tus días están contados, salvaje. Prefiero morir antes que ver a mi hijo casarse contigo — susurró Betty con odio.