— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó Oliver, caminando hacia su esposa y abrazándola.
— Aurora no está nada bien con esta situación. ¿Cómo pudiste permitir que la copia de Liana viniera a parar aquí? — preguntó Denise, nerviosa.
— ¿Y yo cómo iba a saber que esa chica se parecería tanto a Liana? — respondió con el mismo tono que había usado Denise.
— Tienes razón — dijo Aurora, aún llorando. — No podíamos imaginar que se parecería tanto a su tía.
— Tienes que hablar inmediatamente con Noah y pedirle que la mande de vuelta al lugar de donde nunca debió haber salido — insistió Denise, sin importarle lo que los otros dos acababan de decir.
— ¡Basta ya! — intervino Saulo. — Somos los adultos aquí y debemos comportarnos con madurez. Esta será una semana difícil, pero debemos hacer todo lo posible por fingir que todo está bien. Noah se molestará si la echamos antes de tiempo. Propongo que intentemos ignorar su apariencia y actuemos como si nada nos afectara.
— Saulo tiene razón. — Aurora se secó las lágrimas. — Vamos a hacer todo lo posible para que esta semana pase lo más rápido posible.
[…]
Al día siguiente, Noah llevó a su prima a conocer los caballos de la hacienda.
— Tengo muchas ganas de montar uno, Noah — decía Luana, emocionada.
— Podemos hacerlo por la tarde, cuando regrese del trabajo — respondió Noah. — Iré a la oficina a resolver algunos asuntos pendientes y luego paso por ti.
— Pero la mañana está tan bonita — insistió. — Me voy a quedar aquí sola, déjame montar un rato para distraerme, hasta que regreses.
— ¿Y si te pierdes por ahí?
— No te preocupes, en caso de duda, enciendo el GPS — bromeó.
— Está bien — aceptó. — Pediré que preparen un caballo para ti, pero por favor no te alejes demasiado.
— Gracias, primito.
— Estaré de vuelta pronto y te llevaré a la capital.
Luana volvió a la casa toda entusiasmada, caminando hacia su habitación con la intención de cambiarse de ropa para su paseo a caballo.
En el pasillo se topó con Oliver, que salía de su cuarto.
— Buenos días, señor Oliver — lo saludó con timidez.
— Buenos días — respondió él, esquivándola mientras seguía caminando.
— Escuche — dijo ella, haciendo que él se detuviera a escucharla. — Perdón por lo de ayer —pidió. — No sabía que habría alguien en el establo, y cuando usted empezó a quitarse la ropa, me dio vergüenza aparecer.
El rostro de Oliver se puso rojo de la vergüenza, mientras Luana hablaba sin mostrar ni un poco de incomodidad.
— Yo también pido disculpas. Debí haberme asegurado primero de que realmente estaba solo. Lo siento mucho.
— Está bien — respondió ella, sonriendo. — No hay de qué avergonzarse, usted es un hombre muy varonil.
Dicho esto, se retiró hacia su cuarto, feliz de haber visto a Oliver esa mañana y de haber dicho lo que tenía en mente toda la noche.
Oliver caminó desconcertado hasta la cocina, que ya estaba vacía a esa hora.
Todos ya estaban en sus respectivas tareas, pues él siempre era el último en salir de casa, ya que solía trabajar en su despacho y solo salía para supervisar el trabajo en las plantaciones.
— Hola, papá. Buenos días — entró Noah en la cocina.
— Buenos días, hijo. ¿Vas a trabajar hoy? — preguntó al verlo vestido de manera formal.
— Solo por la mañana. Por la tarde llevaré a Luana a conocer la capital.
— Entiendo. ¿La vas a dejar sola por la mañana?


Verifica el captcha para leer el contenido
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Destinos entrelazados: una niñera en la hacienda