Oliver levantó la vista justo a tiempo para verlo tambalear.
— ¡Noah! — gritó, sin saber si reír o desesperarse.
El joven cayó al borde del camino, con las manos apoyadas en la tierra, intentando no desplomarse por completo.
— Estoy bien… — murmuró Noah.
— Respira, hijo. Es solo la emoción. Tenemos que llegar al hospital y asegurarnos de que todo esté bien con Helena y con tu madre — dijo Oliver, aún jadeante, pero tratando de mantener la calma. — Así que necesitas ser fuerte un poco más.
Aún medio mareado y con la vista nublada, Noah intentó recomponerse.
— Está bien… solo déjame respirar un poco más — murmuró, pasándose la mano por la frente sudada.
Oliver lo observaba con preocupación.
— ¿Crees que puedes llegar, hijo? Si quieres, puedo conducir.
— No, puedo hacerlo — respondió Noah, levantándose ya, aunque tambaleante. — Soy más confiable conduciendo que sosteniendo a un bebé en brazos.
A pesar de la situación, todos rieron. Fue una risa nerviosa, pero que trajo un poco de alivio a aquel instante caótico.
Noah subió al coche, ajustó el asiento y respiró hondo antes de encenderlo. Intentaba concentrarse en la carretera, pero el estómago le traicionaba con cada soplo del olor metálico de la sangre que venía del asiento trasero. La mezcla de nerviosismo, adrenalina y agotamiento lo hacía apretar el volante con fuerza.
En el asiento trasero, Oliver sostenía a la niña con delicadeza, mientras Aurora, pálida, los miraba a ambos con ternura.
— Lo estás haciendo bien, Noah — dijo ella, entre una sonrisa cansada y un suspiro. — Ya casi llegamos.
El joven asintió, con los ojos fijos en la carretera. Cuando vio el cartel de la aldea y el letrero del hospital, sintió que un peso enorme se le caía de los hombros.
Apenas estacionó frente a la entrada, soltó un suspiro de puro alivio.
— Gracias a Dios… — murmuró, apoyando la frente sobre el volante. Sabía que, a partir de ese momento, su madre y su hermana estarían seguras en manos de buenos profesionales.
Dos camilleros se acercaron con una camilla para Aurora, que bajó del coche toda manchada de sangre. Detrás vinieron las enfermeras, listas para atender a la pequeña Helena.
Noah observó cómo su padre, su madre y su hermana eran llevados al interior del hospital, y solo entonces salió del coche, aún con el corazón acelerado. Tomó el teléfono y comenzó a escribir, las manos temblorosas intentando seguir el ritmo de la prisa. Primero envió un mensaje a Gael, contando la noticia, y enseguida avisó a Alice.
Pero al recordar que Henri estaba cerca, decidió llamar. En cuanto el teléfono dio el primer tono, la llamada fue atendida.
— ¿Noah? ¿Pasó algo? — La voz preocupada de Henri resonó al otro lado de la línea.
Noah respiró hondo antes de responder, con una sonrisa cansada entre el nerviosismo.
— Buenos días, hermano. Solo llamo para avisarte que mamá acaba de tener al bebé.
— ¿Cómo? — La voz de Henri se elevó, incrédula. — ¿Qué día? ¿Cuándo?
Aún sin creer del todo lo que acababa de vivir, Noah río.
— Será mejor que vengas al hospital de la aldea y te lo cuento en persona.
Al otro lado, el silencio duró apenas un segundo antes de que Henri dijera:
— Ya voy para allá.
No tardó en aparecer en el hospital. En cuanto Noah lo vio bajar del coche, notó lo diferente que estaba. Su aspecto más delgado, las ojeras profundas y el semblante cansado delataban que estaba enfrentando más de lo que dejaba ver.
— ¿Dónde está mamá? — preguntó Henri, apurado, en cuanto lo vio.

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