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DOCTORA DE DÍA, MADRE SOLTERA DE NOCHE. SERIE LOVE MEMORY. romance Capítulo 7

7. «Mía»

FARID ARAY

Ni aunque pasaran mil años encontraría las palabras precisas para describir lo que sentí en aquel momento. Mis sentimientos, esos que tanto me escondía a mi mismo, aprovecharon la ocasión para desencadenar una tormenta de grandes magnitudes en mi interior.

Su olvido me ardía, me ardía a flor de piel, me quemaba tanto como me hirió su partida hacía ya más de un lustro.

La vi meterse en el coche sin mirar atrás, sin voltearse a observar sobre su hombro ni una sola vez.

«¡Pasado!».

«¡Camil De la Fuente me había dejado atrás!».

¡Yo convertido en historia!

Me parecía totalmente loco, que yo aún con la cabeza herida y con una pierna rota siguiera bajo el pórtico de la entrada del hotel, de pie y observando cómo se perdía el coche en el tránsito.

¿¡Me había borrado¡? Si… era evidente.

¿Se lo pensaba permitir? La pregunta rondo mi mente por unos instantes.

A decir verdad… no podría llegar a imponerme.

Ni siquiera sabía si había encontrado otro amor, que por poco que hubiera durado hubiese arrancado de su vida la raíz de lo que tuvo conmigo, disipando el leve rastro que dejé en ella.

Si de algo estaba convencido es que algo grande había pasado en su vida, para que estuviera aquí, apartada de todo, sin la arpia de su madre cerca.

El portero me ayudó a entrar directamente hasta el ascensor. Molesto conmigo mismo, me recosté a la fría pared de la caja metálica. Cerrando los ojos tratando de ganar en concentración.

Estaba exhausto, molido por los golpes, y con el ego destrozado.

Finalmente llegue a la habitación y entré directamente a la cama. Me ocupé de una propina para el botones, pidiéndole que cerrara la puesta principal de la Suite al marcharse.

Acostado boca arriba mirando el techo cargado de frustración suspiré sin poder entender los designios del destino.

Más de seis años sin saber de ella y ahora, de la nada, aparecía en el último lugar donde esperé encontrarla.

Traté de ubicar mentalmente el último recuerdo que tenía de Camil en Riad, y a decir verdad, la realidad se tergiversó en mis recuerdos. Había formulado tantos finales, había especulado yo tanto acerca de sus razones para marcharse, que ya no podía distinguir entre lo que verdaderamente ocurrió, y las fantasías y fantasmas que rondaban mi cabeza, descoloreando ese momento.

Tapé mis ojos con mi antebrazo, y la vi de nuevo. Allí estaba esta «nueva ella», con la pijama quirúrgica, la sobrebata, y la expresión seria. La había detallado de pies a cabezas, por si no volvía a verla otra vez.

Ahora era una mujer hecha y derecha, su cabello ya no era negro, sino rojizo, contrastando de forma mágica con su piel. Ahora no le importaba su físico, ni su maquillaje, y aún así nunca la vi tan linda.

Había algo nuevo en su calma, en su sereno modo de dirigirse, había en ella una luz que yo no era capaz de distinguir del todo.

Quizás fuera la medicina… quizás fuera un hombre… pero lo que vi en ella, me dijo que Camil De la Fuente era una mujer feliz, mientras yo aún sin saberlo; aunque no me diera cuenta, seguía amarrado al pasado… amarrado a ella.

Podía salir corriendo con destino a Riad, o a Dubai en este preciso instante, a cualquier parte del mundo podría ir a esconderme. Un avión privado me esperaba en el hangar cercano al aeropuerto Maynard H. Jackson Jr. International Terminal esperando la más mínima orden mía para despegar.

Pero solo sería para para eso… ¡para esconderme!

Si de algo estaba seguro es que me desharía de las suturas y del yeso que inmovilizaba mi pierna mucho antes de que pudiera librarme de esa mujer peligrosa.

Aunque por otra parte…

Podría quedarme, podría quedarme en Atlanta con cualquier escusa. ¡La que fuera!

«¡No tenía ni siquiera que ser creíble!».

Mis empresas eran administradas con mano milimétrica, y al paso de los años había consolidado el andamiaje empresarial que forme, dando excelentes frutos.

Porque si de algo estoy seguro es que si Camil hubiera llegado a ser mi mujer, mi esposa legal, no dejaría que nadie la mirase.

¡Esa mujer era mía!

La única que había logrado que la palabra «Mía» cobrara un sentido para mi.

Alcancé como pude el teléfono que descansaba en la mesita de noche, y marque a la recepción.

Si algo había aprendido con los años, era que en un hotel uno podía conseguir lo que fuera, solo tenías que estar dispuesto a pagar un buen precio por ello.

—Necesito a más tardar el mediodía el número del detective privado más prolijo de Atlanta— informe al joven recepcionista que me atendió. — Lo espero a las once en mi Suite.

{***}

Tal como predije, no fue difícil conseguir al investigador. Llegó puntual a la cita, y para ese entonces ya yo estaba bañado y comodante vestido con un pantalón pijamas y una remera negra.

Escuché su plan y sus métodos para conseguir la información, así como los honorarios por sus servicios.

Tristemente solo pude ofrecer el nombre completo de Camil, su lugar de trabajo, y la matrícula de su coche, en la que me había fijado hasta que el coche desapareció de mi vista cuando la distancia se hizo demasiado grande.

Aún así el hombre me confirmó que esos datos eran suficientes para armar un buen expediente.

Podría decir que me sentía culpable por irrumpir en su privacidad de este modo… pero no.

Ella pudo haberlo hecho todo más sencillo aceptando ese inocente café.

«A eso me había adaptado antes… a que las cosas con ella fueran prácticamente imposibles»

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