DOCTORA DE DÍA, MADRE SOLTERA DE NOCHE. SERIE LOVE MEMORY. romance Capítulo 8

CAMIL DE LA FUENTE

8. " La hija de un Jeque Arabe".

Aún no sé cómo llegué con vida a casa. Me temblaban las manos y la mente me daba vueltas viajando desde el pasado al presente; se me ponían los vellos de punta de solamente pensar en un futuro cercano, sobre todo las consecuencias de que Farid se llegase a enterar de la existencia de Emira.

Mi bebé, mi niña linda… mi precioso tesoro. No quiero ni pensar que pasaría si descubrira que su padre estaba cerca, y yo era el único impedimento en que se encontraran.

No es que quisiera justificar todo… pero no era por egoísmo que no le había dicho a Farid que tenía una hija. Era más bien por sentido común.

Uno no se encuentra con un hombre herido en emergencias, y le suelta de pronto tanta información.

Se imaginan si uno hiciera ese tipo de cosas…

«Hola Farid, mientras te atiendo estos cortes, te actualizaré que ha sido de mi vida… tenemos una niña de casi seis años y que no tiene la más mínima idea quien es su padre…»

Pensándolo mejor…¡Si!

«¡Si fui egoísta… lo fui y lo volvería a ser!»

Aún con la cabeza rota Farid me tocaría del cuello. No soy estupida como para no darme cuenta lo que significa que mi hija lleve su sangre.

Este accidente en plena madrugada en Atlanta, solo me lleva a una conclusión: Farid sigue siendo el mismo, el hombre que solo es responsable ante sus negocios. El hombre que no se compromete, el que no ata su vida a una mujer, ni a varias. Para él no existía el compromiso con otra cosa que no fuera su tío, y las empresas mineras y de extracción de petróleo de la familia.

Farid no era un bien ejemplo para mi hija, no sería un padre comprometido. Solo haría que Emira sufriera más. De que valdría conocer a su padre, si lo vería quizás una vez cada tres años en Navidad.

No le ocasionaría esa pena a mi hija, Emira no mendigaría el amor ni la atención del ser que le dio la vida.

Sin darme cuenta ya estaba frente al edificio empedrado de cuatro plantas donde vivía.

Aparqué el auto de Marta y saqué mi bolsa. No sin antes lanzarle otra mirada al asiento del copiloto, en donde él había estado sentado.

Pasé mi mano inconscientemente por sobre el cuero, acariciando el último lugar en donde había estado Farid.

Retiré la mano como si el cuero quemara. No podía caer en lo mismo.

Me bajé molesta del auto y subí a prisas. Localicé mis llaves en el interior de mi bolsa, mientras miraba si la puerta de la señora Madelein para ver si estaba, al parecer había salido a hacer la compra.

Marta estaba por llegar y yo solo quería que la tierra me tragara, no estaba dispuesta a hablar del pasado ni con Marta, ni con Farid y mucho menos si eso significaba que tendría que hablar sobre Emira y mis derechos absolutos sobre la patria potestad de mi hija.

Sabía el argumento que usaría Marta… Sabía que me diría que tanto la niña como su padre tenían derechos…

¡No! Nadie tenía el derecho a opinar sobre mis decisiones, porque nadie sabía de mi sufrimiento al dar a luz prácticamente sola, ni de la soledad que sentí todos estos años criando a una niña. Yo tampoco quería que hubiese sido así, a mi también me hubiera encantado sentirme amada y protegida por el padre del bebé que llevaba en el vientre. Lo necesitaba antes, ahora ya Farid Aray no era necesario. No permitiría que alguien sugiriera lo contrario.

Así que estaba a la defensiva sin siquiera empezar a conversar sobre el tema.

El olor a la colonia sutil de mi bebé inpregnaba toda la casa cuando entré. La extrañaba tanto en cada guardia, que aunque estuviera exhausta solo quería que llegara la hora prevista para ir a recogerla al colegio.

Deje el bolso sobre la cómoda de mi cuarto y abrí un poco las ventanas para ventilar la casa.

Fui soltando las prendas una por una hasta llegar al cuarto de baño. Una ducha tibia me ayudaría a relajarme. Necesitaba descansar, apagar mi cerebro al menos una hora para enfrentarme al resto del día.

Media hora más tarde estaba en las mismas. Ataviada con un short diminuto y una remera vieja, cómodamente acostadas, pero con la vista fija en el techo. No lograba dejar de pensar, no podía dormir.

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CAPÍTULO 8 2

CAPÍTULO 8 3

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