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Dulce Disparo al Jefe Cachorro Enamorado romance Capítulo 919

Marisol levantó la mano para tocar sus labios.

No sentía nada en ellos, como si su prometido Yosef no la hubiese besado hace apenas un momento, lo que probablemente había sido el contacto más íntimo entre ellos hasta ahora, aunque solo fue un roce fugaz.

Caminaba distraída hacia el edificio, sin prestar atención a su entorno.

Cuando de repente, un brazo la jaló hacia un lado y su espalda chocó contra la fría esquina de una pared. Antes de que pudiera reaccionar, unos labios ardientes cubrieron los suyos.

Marisol pegó un brinco del susto.

Luchó con todas sus fuerzas, pero el otro era demasiado fuerte, anticipando cada uno de sus movimientos. Cuando levantaba las manos, el hombre las atrapaba; cuando intentaba patearlo, se le adelantaba, inmovilizándola contra la esquina...

Al principio, pensó que había tenido la mala suerte de encontrarse con un don Juan, pero al sentir ese conocido aroma masculino, el cuerpo de Marisol se tensó.

Abrió bien los ojos al ver de cerca esos rasgos atractivos agrandarse ante ella, quedando boquiabierta.

Y en esos breves segundos de distracción, aprovechó para profundizar el beso.

Comparado con el piquito de antes con Yosef, ese beso era de otro nivel, Marisol se sintió bloqueada por el calor de sus labios y lengua, un torbellino de sensaciones la envolvió, dejándola sin aliento.

Hacía mucho que no experimentaba un beso tan intenso y poderoso que incluso le hacían temblar las piernas.

“Mmm…”

Marisol no podía liberarse, ni siquiera podía hacerse oír.

Justo cuando pensó que se quedaría sin oxígeno, finalmente el hombre la soltó. Mientras trataba de recuperar el aliento, furiosa, le espetó, “¡Antonio, estás loco! ¡Suéltame ya!”

“¿Y si digo que no?” Antonio arqueó una ceja, mirándola fijamente.

Estaban tan cerca que al hablar, su aliento caliente rozaba su piel, ardiente y lleno de un intenso olor a alcohol.

Durante ese forzado beso, Marisol ya había notado el fuerte olor a licor en su boca, y ahora veía claramente el brillo etílico en sus ojos.

Marisol apretó los labios y lo reprendió, “¡Estás borracho!”

Recordó una vez en el pueblo cuando él dijo que no estaba tan borracho como para no poder controlarse de besarla...

Sintiendo la hinchazón en sus labios, estaba segura de que esa vez sí que había bebido de más.

“¡Antonio, suéltame, o llamo a seguridad!” Marisol lo miró frunciendo el ceño, amenazando, “Este edificio es el dormitorio de tu hospital, hay muchos colegas tuyos aquí. ¡Si vienen los de seguridad, te vas a avergonzar!”

Antonio esbozó una sonrisa burlona, como si no le importara en lo más mínimo.

En lugar de retroceder, dio un paso adelante, reduciendo aún más la ya inexistente distancia entre ellos.

Marisol, con la espalda pegada a la pared y sin ningún lugar a donde huir, solo pudo permitir que su aliento alcohólico la envolviera, mientras sus ojos oscuros como la noche la miraban fijamente, para luego preguntar sin previo aviso.

“Marisol, ¿podrías no casarte con él?”

Marisol se quedó pasmada por un segundo, luego respondió con el ceño fruncido, “...¡No puedo!”

La pupila de Antonio se contrajo.

Marisol se tocó los labios, que habían desinflamado bastante, pero su lengua aún sentía hormigueo.

Solo de pensar en el beso forzado, se sentía avergonzada y con las orejas ardiendo de la vergüenza. El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos, al ver que era "Yosef" quien llamaba, tragó saliva antes de contestar.

"Hola Yosef."

Desde el otro lado de la línea, la voz suave de Yosef sonó, "Marisol, ya llegué a casa. Como no respondiste a mi mensaje, pensé que te habías quedado dormida."

Marisol recordó que habían quedado en enviarse mensajes al llegar a casa y, al revisar su teléfono, vio que efectivamente tenía mensajes sin leer. "Lo siento, no lo vi..." Dijo ella.

Esa disculpa parecía ir más allá de no haber visto el mensaje.

Se sentía culpable, porque a pesar de que el beso de Antonio la había enfurecido, su corazón había latido fuera de control, y eso la hacía sentir terriblemente mal por su prometido.

Yosef, muy amable, simplemente sonrió a través del teléfono sin reprocharle nada. Luego, le propuso, "¿Qué te parece si salimos mañana?"

Marisol, intentando alejar los pensamientos negativos, aceptó con entusiasmo, "Sí, vamos al cine. Hace mucho que no veo una película, y seguro que hay estrenos."

Yosef se alegró con su respuesta y dijo, "Deja eso en mis manos, buscaré los horarios y compraré las entradas. Mañana en la mañana tengo que acompañar a mi madre a la iglesia, y por la tarde paso por ti."

"Entonces, hasta mañana, Yosef," dijo Marisol, con una sonrisa en la voz.

Tras colgar, suspiró profundamente, y después de secarse nuevamente la boca, se metió en la cama.

Al día siguiente, Yosef llegó puntual en su coche. Marisol, ya lista, bajó y justo cuando estaban a punto de irse, un claxon los interrumpió bruscamente.

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