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Dulce Disparo al Jefe Cachorro Enamorado romance Capítulo 925

Marisol sentía una ligera molestia en la cabeza.

Lo único que no quería era llegar tarde, pero, como si el destino se burlara de ella, todo se complicaba. En ese momento, solo podía rezar para encontrar pronto el camino de vuelta y llegar al hotel a tiempo.

Mientras rogaba en silencio, de repente, un chillido de frenos agudos la sorprendió.

El cuerpo de Marisol se lanzó hacia adelante, pero por suerte reaccionó a tiempo y se apoyó en el asiento delantero, logrando sentarse de nuevo.

Un mal presentimiento la invadió y preguntó con voz tensa, "¿Qué pasó?"

Antonio, quien sujetaba el volante, levantó ligeramente la barbilla y, con una sonrisa forzada, dijo, "Parece que el carro tiene un problema".

"¿Qué?" Marisol abrió los ojos como platos.

¡No puede ser!

¿Tan mala suerte tenía?

Marisol estaba atónita. Antonio, con su imponente figura, ya había bajado del carro, y ella tardó en reaccionar antes de seguirlo, caminando rápidamente y con su vestido en mano, mostrando una mezcla de nerviosismo y confusión.

Antonio se inclinaba sobre el motor con una mano apoyada en el capó, que estaba abierto, y parecía estar intentando solucionar el problema.

Marisol, que no sabía nada de autos, solo podía esperar ansiosamente a un lado. Después de unos dos minutos, lo vio cerrar el capó y, tras golpear ligeramente sus dedos contra él, llegó a una conclusión, "No hay forma, el carro se averió".

Marisol se quedó petrificada, mirándolo sin saber qué hacer, "¿Y ahora qué hacemos?" Preguntó ella.

"Nos quedamos en las mismas", dijo Antonio, apoyándose despreocupadamente en el carro.

Al ver su expresión seria y sus ojos abiertos de par en par, Antonio cruzó los brazos sobre su pecho y dijo, "¿Por qué me miras así? Ya llevé mi carro al taller, este lo pedí prestado a un amigo. ¿Quién iba a imaginarse que justo ahora iba a fallar? Y yo tampoco tengo idea de cómo arreglarlo".

Marisol se llevó las manos a la cabeza, sintiéndose totalmente abrumada.

Mientras trataba de pensar en una solución, lo vio mirar su reloj y decir con lentitud, "Ya casi son las siete, y aquí estamos, atrapados. A menos que tengas alas, dudo que puedas regresar a tiempo".

Marisol apretó los labios.

Aunque no sabía la hora exacta, por el color del cielo y cómo el sol ya casi desaparecía, podía deducirlo. Sin embargo, la forma en que él hablaba, con ese tono burlón, ¡era como si se burlara de su desgracia!

Cerró los ojos por un momento, decidida a no rebajarse a su nivel, le extendió la mano y le dijo, "Préstame tu celular, llamaré a Yosef para que venga por mí".

Ya se había resignado a su mala suerte, pero no podía quedarse sin hacer nada.

Para su sorpresa, Antonio se encogió de hombros y dijo, "Lo olvidé".

Al escuchar eso, los ojos de Marisol se agrandaron aún más.

Esa respuesta desató la furia que había estado conteniendo. La ira se abrió paso en su pecho y subió hasta su cabeza.

Si en ese momento no podía ver lo obvio, ¡sería el colmo de la ingenuidad!

Con todas las coincidencias y sumando sus actitudes anteriores, Marisol sintió que no podía soportarlo más. Lo miró fijamente, casi gruñendo, "¡Antonio, lo hiciste a propósito!"

"Claro que sí, lo hice a propósito", admitió Antonio sin titubear.

Los ojos de Marisol se abrieron aún más, indignada, "Tú..."

Después de lo que pareció una eternidad, se volvió para lanzarle una mirada fulminante a la figura que seguía detrás de ella y le advirtió con mal humor, "¡Deja de seguirme!"

Antonio avanzaba con las manos en los bolsillos, una de ellas sosteniendo un cigarrillo encendido. El humo se esparcía alrededor de él con cada paso que daba, y con una ceja levantada, preguntó: "Marisol, ya estamos a varios kilómetros de la ciudad, ¿realmente piensas caminar de vuelta hasta mañana por la mañana?"

¿A quién tenía que agradecerle por eso?

Marisol estaba furiosa y exclamó, "¡No es tu problema!"

Pero Antonio seguía de cerca, insistiendo, "¿De verdad planeas volver así?"

"¡Sí!" replicó Marisol, enojada.

Antonio apagó su cigarrillo en el suelo y con una pereza persuasiva, dijo: "Ya es de noche, y sin autos a la vista. Debería haber una pequeña aldea adelante, podríamos buscar un lugar para pasar la noche y mañana buscar cómo volver a la ciudad."

Esa vez, Marisol decidió ignorarlo completamente, como si no lo hubiera oído, y siguió su camino.

A medida que la noche se cerraba, sus pasos se volvían más lentos y sus piernas temblaban. Cada vez que sus tacones tocaban el suelo, sentía que iba a tropezar, sosteniéndose solo por pura determinación.

De repente, perdió el equilibrio.

Se escuchó un chasquido claro, como si un tacón se hubiese roto. Marisol torció el tobillo y su cuerpo empezó a tambalearse.

Una mano fuerte la estabilizó desde atrás, el familiar aroma masculino la envolvió, y sin pensar, intentó apartarse diciendo, "Antonio, aléjate, no me toques, no necesito tu ayuda..."

Pero en un segundo, se encontró levantada del suelo, inesperadamente cargada sobre el hombro de ese hombre insistente.

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