Capítulo 1 —Es solo Sasha
Narrador:
La tarde caía lenta sobre la mansión Adler, tiñendo los ventanales de un naranja perezoso. Eros estaba en el despacho de Roman, de pie frente al escritorio, hojeando unos papeles. Traje negro, camisa desabrochada en el cuello. El reloj pesado brillaba contra su muñeca, marcando cada segundo que, sin saberlo, lo acercaba al abismo. El crujido suave de una puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada. Y el mundo se detuvo. Sasha Adler, quien ya no era la mocosa de trenzas peleando por atención. Era una maldita visión de pecado. Vestido corto, ajustado, rojo fuego. Cabello largo, cayéndole como una cascada de oro sobre los hombros. La daga tatuada en su brazo, como una advertencia silenciosa: no toques lo que no puedes controlar. Se apoyó contra el marco de la puerta con la misma facilidad con la que otros respiran, y sonrió. Una sonrisa lenta, insolente.
—¿Molesto? —preguntó, ladeando la cabeza.
Eros la miró. De arriba a abajo, descarado, hambriento. Se relamió sin siquiera notarlo, como un lobo oliendo carne fresca, antes de obligarse a apartar la mirada de golpe. El demonio que tenía adentro rugía por salir. Roman Adler, el Diablo, el esposo de su hermana, que lo había acogido y brindado su educación, lo decapitaría sin pestañear si llegaba a tocarla.
—Vete, Sasha, hazme ese favor —gruñó, forzando la mandíbula hasta que dolió.
Ella caminó despacio hacia él, cada paso un golpe seco contra el suelo, cada movimiento cargado de una intención peligrosa.
—¿Por qué? —preguntó con una inocencia que no engañaba a nadie —¿Porque todavía crees que soy una niña?
Se detuvo a un metro de distancia. Demasiado cerca, demasiado tarde. Eros bajó la mirada de nuevo. Sus piernas, sus curvas, su boca entreabierta. Sintió el impulso salvaje de atraparla, de empujarla contra el escritorio y borrar cada pu*to año que había pasado evitando lo que sentía.
Pero no, no podía, por ella, por Aylin, por Roman, por su jodida alma, si es que le quedaba una.
Respiró hondo y contó hasta tres.
—Porque lo eres —mintió, con la voz rasposa —Siempre lo serás.
Ella sonrió, despacio y maliciosamente.
—Mentiroso —susurró, inclinándose apenas hacia él.
Eros apretó los puños a los costados. Si la tocaba... si siquiera respiraba demasiado cerca de ella... estaba muerto. De verdad. Y no solo porque Roman lo matara, sino porque, si la tenía entre sus brazos, no iba a soltarla jamás. Pero Sasha no retrocedió, no lo dudó y dio un paso más, acortando la distancia hasta que el perfume de su piel se mezcló con el aire que él respiraba. Eros sintió su cercanía como un latigazo en la espalda, tenso como un animal acorralado que aún así no se mueve, no por miedo, sino por puro control salvaje.
Ella inclinó la cabeza hacia él, apenas, como si pudiera oír el latido furioso de su corazón. Sus ojos, inmensos, se clavaron en los de él, desafiándolo de frente, como solo una Adler podía hacerlo.
—¿Y si te demuestro que no soy una niña? —susurró, cada palabra un veneno dulce que se deslizó bajo su piel como brasas.
Eros no se apartó, ni tembló, ni cerró los ojos. La miró, fijo, desde esa distancia brutal que los separaba por un hilo invisible y por un infierno entero. La recorrió otra vez con la mirada, despacio, deteniéndose en su boca entreabierta, en el tatuaje que latía sobre su muñeca, en la curva imposible de sus caderas. Se humedeció los labios, sabiendo que si decía una palabra, si hacía un movimiento en falso, no habría fuerza humana o divina que pudiera detenerlo.
Así que no se movió. Sasha ladeó la cabeza y dejó que sus dedos rozaran apenas la tela de su camisa, a la altura del pecho, una caricia mínima, arrogante, peligrosa.
Eros dejó escapar el aire en una exhalación tensa, como si le arrancaran el alma a tirones.
—No empieces algo que no vas a saber terminar, Sasha —murmuró, la voz ronca, cargada de una amenaza que era, al mismo tiempo, un ruego desesperado.
Ella sonrió, una sonrisa lenta y oscura, de esas que destruyen imperios.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Abogado del DIABLO