Capítulo 3 —Me ofrezco
Narrador:
Eros se vistió sin pensar. Camisa ne*gra, pantalón oscuro, el rostro aún marcado por el fuego que acababa de vivir minutos atrás. Cruzó los pasillos de la casa como si fueran un campo minado, el corazón latiéndole en las costillas con un ritmo que no se correspondía con su andar sereno. Ni una palabra. Ni un gesto. Solo sombras.
El despacho estaba abierto. La luz encendida. Al entrar, Dominic estaba recostado en uno de los sillones, revisando su móvil con una calma engañosa, mientras Roman se mantenía de pie junto al escritorio, observando el mapa desplegado sobre la madera pulida, donde las rutas de distribución se entrecruzaban como venas vitales. Eros, se apoyó contra una de las estanterías, seguía la conversación con atención, los brazos cruzados y la mente trabajando en posibles escenarios.
—Suárez está dispuesto a sentarse a negociar —dijo Dominic —Pero no va a arriesgar su estructura solo por promesas. Quiere algo sólido, algo que lo ate a nosotros más allá de los números.
Roman asintió despacio, pensativo.
—Si unimos nuestras rutas con las suyas, controlaremos casi todo el corredor norte. Suministro asegurado, menos exposición, más poder de fuego.
Eros deslizó la mirada hacia ellos, su voz sonó tranquila pero con el filo de quien mide cada palabra.
—Podríamos abrir un par de frentes nuevos para el lavado —sugirió —Hay galerías satélite disponibles, pequeñas, discretas. Si movemos parte del flujo ahí, podremos aumentar el volumen sin levantar sospechas.
Roman lo miró un segundo, captando la propuesta, pero enseguida volvió a enfocarse en el punto crítico.
—El problema es cómo sellar la alianza. Los negocios se respetan más cuando hay sangre de por medio. Un matrimonio sigue siendo la fórmula más segura en este mundo.
Dominic soltó una carcajada breve, acomodándose mejor en el sillón.
—Yo ya estoy muy viejo para que Suárez quiera casarme con su hija.
Roman rió también, una risa seca, cargada de ironía.
Eros, que hasta entonces había mantenido el silencio estratégico que tan bien dominaba, se separó de la estantería, cruzando el despacho con pasos seguros.
—Pero yo no —dijo, con una calma que cortaba el aire —Puedo hacerlo. Me ofrezco de voluntario.
Dominic soltó una carcajada seca, ladeando la cabeza hacia Roman como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
—Mira tú, el chico resultó valiente —bromeó, con una chispa divertida en la mirada.
Roman no se rió, no sonrió, ni siquiera fingió diversión. Se enderezó junto al escritorio, sus ojos oscuros clavándose en Eros con un peso que parecía capaz de partirlo en dos.
—No —dijo con un tono que no admitía discusión —No voy a permitir que hagas semejante cosa.
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