Esa noche oscura y lluviosa, la jóven luna de la manada Luna Plateada había sido prácticamente arrastrada al hospital que el Alfa había fundado con los mejores equipos. Debía donar de nuevo de su sangre como cada vez que la amiga de la infancia de su Alfa lo requiriera.
Alejandra Montes de Oca, fué traída por el beta de su esposo en medio de la noche por una crisis que había tenido Esmeralda, la conocida amante de su Alfa. Aunque ella se había negado un par de veces a seguir siendo usada para que la causante de su desdicha se curara, era inútil. El Alfa tenía la manera de obligarla sin importarle su salud o su opinión, mucho menos sus sentimientos.
La jóven de diecinueve años de piel clara y cabello color chocolate veía llegar a su marido sosteniendo del brazo a la mujer que aunque pálida, sin duda seguía siendo bella. Ellos estaban ahí, se les podía ver tan cercanos, incluso la fría expresión del lobo con ella se suavizaba. Lo que le dolía aún más a Alejandra, ya que con ella era indiferente y seco, nunca le mostraba ni siquiera un poco del cariño que ella anhelaba de él.
— ¡Proceda, quiero irme cuánto antes! — La luna sintió que el corazón le dolía dentro del pecho al ver a quien debería estar a su lado protegiéndola, cuidando de otra loba y siendo cariñoso con ella. Las lágrimas amenazaban con brotar de sus hermosos ojos morados. Pidió a las enfermeras terminar rápido con el proceso. No se sentía capaz de seguir soportando ver a su gran amor al lado de otra loba.
— Luna, ya está todo listo, sentirá un pinchazo en el brazo, esta vez solo le sacaremos dos unidades de sangre, verá que está vez no le solera tanto. — Las enfermeras la miraban con lastima, no decían mucho pero les parecía injusto que su Alfa tratara de esa manera a tan buena loba que además era su legítima esposa.
Alejandra apenas las escuchaba, estaba tan acostumbrada a ser el banco de sangre de esa mujer que cada que se enfermaba mandaba llamar a su marido para que la socorriera, era imposible no darse cuenta como el Alfa salía corriendo con una sola palabra de Esmeralda Walter, beta de la manada Lago de Luna, ya la desdichada luna no sentía el dolor físico, en cambio el dolor del alma se hacía más intenso y más insoportable cada vez.
— ¡Luna... luna, ya hemos terminado, se ha quedado dormida! — Una amable enfermera despertaba a su reina.
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