De inmediato el líquido rojo fue llevado en un par de bolsas especiales a la habitación privada que la dulce Esmeralda ocupaba, ella hacía todo lo posible por ganar la simpatía del Alfa para que él decidiera hacerla su luna y desterrar a la inservible luna que tenía y que odiaba con todo su ser. Ella debía ser la reina de la manada Luna De Plata, nadie más que ella.
— Aguanta un poco más, la sangre ya está aquí. — Fueron las palabras del imponente lobo.
— Deberíamos parar Leonardo, quizás Alejandra ya no quiera darme mas su sangre, debemos comprenderla. — La loba se hacía la víctima para que el lobo se sintiera afligido y pensara que era bondadosa y amable. Cosa que estaba muy lejos de ser cierta.
— No digas tonterías, no voy a dejarte morir, conseguiré la sangre que necesitas a costa de lo que sea... ¡Ustedes, apresurence a transfundirle las unidades! — Ordenaba el lobo.
— ¡Enseguida Alfa! — Las enfermeras no eran capaces de llevarle la contraria a tan temible rey. El Alfa era conocido por su crueldad y terrible carácter. Sus ordenes debían ser obedecidas al pie de la letra o de lo contrario encontrarían la muerte.
No pasó mucho tiempo para que la sangre entrara en el sistema de Esmeralda, pero extrañamente ella el lugar de mejorar comenzó a empeorar y a escupir sangre. Se retorcía al sentir un dolor atroz que le recorría todo el cuerpo.
— ¡Leonardo... Leonardo, ayúdame, creo que voy a morir, la sangre me está quemando por dentro, Alejandra me quiere asesinar! — La perversa loba tenía un rictus de dolor en el rostro que ahora mismo ya no era tan bello, la sangre de Alejandra le había caído demasiado mal. Tanto que pensó que iba a morir en ese instante. No dejaba de moverse y clavar sus afiladas garras en la camilla.
— ¿Pero que es esto? ¡No, no vas a morir, enfermeras, vengan pronto, quiten esa sangre y pongan otra de inmediato, deben salvarla al costo que sea! ¿Entendieron? — Ahora mismo lo que el enfurecido lobo quería saber era donde estaba su luna para castigarla por lo que sea que hubiese hecho. — Díganme, ¿Dónde está ella? ¿Dónde está mi luna?
El lobo ni siquiera les dió tiempo a responder, era tanto el miedo que les infundía a las jóvenes lobas enfermeras que no pudieron articular palabra, entonces salió hecho una furia a buscar a su luna para reclamarle. Él la encontró justo cuando la ayudaban a salir del sanitario pálida como la nieve.
Pronto la tomó del brazo bruscamente. Quería hacerle pagar por hacerle daño a su dulce Esmeralda.
— !¿Qué hiciste Alejandra?! ¿Fuiste capaz de envenenar tu sangre para que cuando fuera transfundida a Esmeralda ella muriese, cierto? ¡Eres más vil de lo que hubiera pensado! — El lobo sacudía a la frágil mujer con fuerza.
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