El Amor Eterno romance Capítulo 11

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Quería salir con alguien. De hecho, quería ser amada. Estaba tan desesperada que incluso me conformaría con alguien que fingiese amarme.

Porque no me quedaba mucho tiempo.

No tenía intenciones de malgastar mi preciado tiempo en cosas que no valdrían la pena.

Le sonreí y le dije, “No tiene nada que ver contigo”.

Regresé a mi coche y comencé a conducir nuevamente. Para mi sorpresa, Dixon abrió la puerta y se montó mientras el coche estaba en movimiento, lo cual era extremadamente peligroso. Presione el freno fuerte y no pude evitar más que gritarle, “¿Estás loco? Te pudiste haber lastimado”.

No había rastro de miedo en su rostro. Lo miré con una mirada glacial. Estaba a punto de decirle que saliera del coche cuando me dijo, “¿Sigues enamorada de mí?”.

Sonó como una pregunta, pero pensé que él sabía la respuesta.

¡Qué persona tan sin vergüenza! En tres meses, él iba a casarse con alguien más, aun así, él estaba sentado en mi coche y preguntándome si seguía amándolo.

“¿Realmente cree que puede hacer lo que quiera?”.

Mirando hacia atrás, sabía que debía ser mi culpa. Me expuse completamente frente a él, dándole la oportunidad de atacar mi punto débil.

Yo era la culpable. Lo había amado con todo mi corazón y alma.

Ahora, cuando le decía a la gente que seguiría adelante, nadie me creería.

“Bueno, lo estoy. ¿Qué pasa con eso? ¿Te enferma eso?”.

No había nada que ocultar, así que solo le dije la verdad. Mi risa fue genuina porque la situación era entretenida por naturaleza.

Dixon entrecerró sus ojos. “Conduce de vuelta a tu casa”.

“¿No te vas a bajar?”, le pregunté.

Él respondió con voz baja, “No, iré contigo”.

Me tomó menos de un segundo decirle, “No, gracias. No tengo ganas de llevarte a mi casa”.

“Entonces vayamos a la mía”.

Cansada del enredo, me rendí y seguí sus indicaciones. Llegamos a su casa. Salió del coche y me arrastró a la Villa por la muñeca. El lugar había sido completamente limpiado y cubierto con sábanas blancas haciéndolo ver sin vida y deprimente.

Dixon me dejó ir y jaló las sábanas de los muebles. Me fui a sentar en el sofá y él me sirvió una copa de agua tibia de la cocina.

Sintiendo la calidez en mis manos, me sentía de alguna forma perdida.

“¿Qué es lo que quiere?”.

El sol de la tarde alumbró su luz a través de la ventana, haciéndome sentir cálido y acogedor. Dixon quitó las sábanas y empezó a limpiar la Villa sin mencionar una sola palabra.

Ninguno de los dos habló y tan pronto la tarde calló. Dixon bajo las escaleras después de una ducha. Él se había cambiado a un suéter color claro y su cabello seguía húmedo.

Lo vi sentarse frente a mí. Él me miró y preguntó con una voz gentil, “¿Qué quieres cenar?”.

Siempre he sabido que él era un hombre atractivo, pero él siempre se ha visto indiferente conmigo. Esté gentil y cariñoso aspecto estaba más allá de mi imaginación.

Sacudí mi cabeza. “No tengo hambre”.

Frunció un poco el ceño. "¿Cómo puedes no cenar?".

Atónita. Ni siquiera pensé antes de contestar, “No tienes que fingir que te importa”.

Parecía sorprendido por mi respuesta y puso un aspecto irónico. “¿De verdad fui tan malo contigo?”.

Habíamos estado casados por tres años y no diría que fue malo conmigo. Había sido peor que eso.

Habían sido tres años de fría violencia.

Era raro tenerlo alrededor, pero irónicamente, él había estado presente para forzarme a tener un aborto…

Estaría mintiendo si dijese que no lo odiaba por eso. Sin embargo, lo amaba tanto como lo odiaba.

Me tomó años superar ese trauma. No lo he perdonado por lo que él me había hecho, pero ya no lo odiaba más. Simplemente lo deje ir. En los últimos días de la vida de uno, muchas cosas comienzan a desaparecer. Aquellas cosas hirientes que hemos experimentado se convertirían en nada más que un recuerdo distante.

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