CAPÍTULO 27
La hora de dormir llegó. Pero no en mi apartamento.
La hija de Afrodita y su esposo me ofrecieron el cuarto de invitados para pasar la noche debido a que ya era demasiado tarde y el frío parecía no dar tregua. Aunque insistí que no era necesario y que tomaría un taxi hasta casa, fue en vano. Su insistencia me arrancó un sí.
Pero al que literalmente no dejaron marchar fue a Matt, quién había venido en su Ram y su hermano lo obligó a pasar la noche en su enorme casa solo por esa vez.
Sabía que Matt se quedaría sin problemas solo para contentar a sus hermanos, pero el inconveniente era que yo me quedaría bajo el mismo techo que él cuando horas atrás habíamos dado por finalizada nuestra relación. No solo era incómodo, era rarísimo y una horrible comedia romántica.
Ya pasaban las once de la noche cuando Ada y Max se marcharon a su habitación luego de darme ropa para dormir y toallas por si deseaba darme una ducha.
Caminaba por el pasillo de la segunda planta ya a oscuras cuando escuché pasos detrás de mí. No hizo falta darme vuelta para saber que era Matt, quién sabía que estaba enojado por toda esta situación de un pésimo y triste reencuentro.
Llegué a mi puerta. Miré hacia mí derecha y vi cómo Matt se quedaba frente a su puerta y me observaba desde allí, con su chaqueta abierta dejando ver una sudadera blanca y con gesto cansado. Me analizaba, tieso con la mano en el picaporte, listo para ingresar, pero no lo hacía. Estaba demasiado ocupado mirándome.
Su rostro impasible era inquietante e incluso era capaz de abrirme un vacío en el pecho, nostálgico.
Era horrible no hablarle, pero él quería que aquello fuera así y me sentía absurdamente orgullosa porque estaba haciendo lo correcto para dejar de lastimarlo.
Le hago un movimiento de cabeza en señal de saludo, terminando el intenso choque de miradas e ingreso a mi habitación con una enorme melancolía.
La habitación era amplia, bonita y elegante, pero no dejaba de imanar sencillez con sus paredes color salmón y su cama matrimonial de edredón color verde agua. Tenía una televisión plana colgada y debajo de ella un pequeño mueble para guardar ropa. Tenía la tentación de correr las cortinas del monstruoso ventanal, pero ya no tenía fuerzas para algo tan simple.
Me saqué las botas para no ensuciar el alfombrado de la habitación y las dejé a un costado de la puerta.
Pegué mi espalda contra ella. Estaba agotada. Habían pasado muchos acontecimientos en el día como para poder relajarme; la separación, la muerte de mi gato, la visita de Artemisa…
No hubo un solo día de tranquilidad.
Incluso había dejado atrás a Beatriz, la mujer que se había hecho pasar por mi madre y ahora quién sabe dónde está metida con sus miles de dólares. Creo que la única que había triunfado en esta vida fue ella aplastando al resto. Cerda egoísta.
Me desnude y me metí a la ducha, dejando que el agua cálida me mojara la piel, como un delicado masaje que necesitaba. Dios, que ducha.
Cerré los ojos y me senté en el suelo, dejando que el agua corra mientras mis pensamientos continuaban torturándome.
Necesitaba ser fuerte. Lo necesitaba y más aun sabiendo que Matt si estaba haciendo lo mismo que yo, buscar soluciones. Pero era demasiado orgulloso como para admitirlo y eso me lastimaba un poco.
El orgullo es para los mediocres, pero yo no era la excepción porque si no tuviera orgullo hubiera ido a la habitación de Matt a pedirle que durmiera conmigo.
Nada sexual, solo dormir abrazados y ya. Pero incluso lo más hermoso era peligroso.
Lavé mí cabello, enjaboné mi cuerpo y me puse una toalla en la cabeza. Luego, me puse una bata blanca del mismo material que la toalla y salí de la habitación.
En cuanto salgo, me sobresalto y pego un grito ahogado al ver a Matt sentado a los pies de la cama. Tiene las manos enlazadas y los codos apoyados en sus piernas entreabiertas y levanta la mirada apenas me ve salir del baño.
—¡Dios! ¿Quieres matarme del susto?—mascullo, sin aliento y con la mano en el pecho.
—¿Tan feo soy como para asustarte? —responde con una sonrisa que no me convence del todo.
—No voy a responder a eso—frunzo al ceño, cruzándome de brazos—¿Qué haces aquí, Matt?
—¿Por qué tú estás aquí? —contraataca, encogiéndose de hombros—¿Por qué te arriesgas de esta forma por mí? Sí, hemos venido por lo mismo, pero estoy acostumbrado a ver cómo el caballero intenta salvar a la damisela. No al revés.
—Tu comparación es ridícula. Esto no tiene que ver con el sexo o los estereotipos impuestos por esta sociedad. Te dije que pelearía.
—Peleamos—corrige, con mala cara—. Esto es de a dos.
—Esta mañana me lo dejaste bien en claro en tu hotel al decirme que no lo harías.
Me mira con su mandíbula algo tensa, sin decir nada. Lo he dejado sin palabras y eso me hace sentir algo victoriosa.
—Te hice creer lo contrato para mantenerte alejada de mí y así poder solucionar esta situación espantoso solo. No voy a ponerte en peligro.
—¡¿Por qué te contradices?!—exploto, exasperada—¡Acabas de decir que esto es de a dos y luego me sueltas eso!¡Yo no voy a quedarme sentada mientras tú intentas salvar una relación por tu cuenta!¡Eres un egoísta!
—¡Y tú una niña necia que piensa que puede comerse el mundo cuando esté puede aplastarte!¡No sabes a lo que te enfrentas! —me grita, poniéndose de pie.
—¡Seré necia, pero yo sí puedo seguir peleando sin mantenerme alejada de ti! —lo señaló con el dedo, al borde de las lágrimas—¡No puedes venir, amarme y luego dejarme con el corazón roto!¡Que me aplaste el mundo, estoy harta de él!
—¡Intento protegerte, maldición! —se pasa las manos sobre el cabello.
—¡No te pedí que lo hagas! —carraspeo entre dientes—¡Nunca pedí que lo hicieras!
Se queda quieto, helado ante mis palabras. Las analiza y ladea con la cabeza como si hubiera contado un chiste.
—¿Es tan difícil hacerte entender que no quiero que mueras? Buenas noches, Amy—carraspea y sale de la habitación a grandes sacadas, furioso.
No sé qué demonios acaba de pasar. Me pego la pared con la mano en el pecho y miro la puerta, encogida.

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