No sabía si agradecer o lamentar que Mónica nos hubiese pillado.
Ella se disculpó avergonzada y salió del despacho, cerrando la puerta, mientras que Alexander y yo, seguíamos uno sobre el otro, tratando de controlar nuestras respiraciones. Mirándonos como evaluando la postura del otro en cuanto a lo que tenía que seguir a partir de aquel momento y hasta sonriendo cómplices sin motivo definido.
— Detenme porque te juro que seguiría por horas, teniendo más de tí — susurró entre mis labios, sin haberse movido ni un ápice y yo estaba completamente involucrada en su estado de ánimo.
— ¿Que estamos haciendo Alexander? — retiré su pelo rebelde de su rostro y me besó el cuello, a lo que cerré los ojos dejándome hacer.
— Intentando Lore, lo estamos intentando.
Y dicho esto, me dió un último beso que correspondí y nos levantó a ambos del suelo, me llevó de las manos hasta la esquina del escritorio y se recostó conmigo entre las piernas. Sus manos en mi cintura, cruzadas por detrás y las mías en su pecho jugando a no estar nerviosas.
No sabía que significaban sus palabras porque estábamos intentando cosas, pero varias.
Habían tantas cosas que intentabamos que no me quedaba muy claro a qué se refería.
Por un lado, intentabamos resistirnos, eso era bastante obvio. Por otro intentabamos no hacerlo, quedaba todavía más claro.
En el medio, intentabamos explicar lo que nos sucedía. Y finalmente, intentabamos dejar de intentarlo.
Mi cuerpo entre sus piernas, sus manos caminando por mis caderas, mis brazos subiendo a sus hombros y los alientos de ambos, interactuando entre ellos por nuestra cercanía, no ayudaban.
— ¿Por qué te dejo hacer todo esto? — pegué mi frente a su pecho. Golpeé su hombro. Besó mi pelo. Suspiré perdida y me sonrió involucrado.
— No me dejes hacerlo — susurró y empujandolo un poco, me giré para irme pero me atrapó de la cintura y frenandome nuevamente me ronroneó en el cuello...
— Te deseo desesperadamente y sé, que no puedo tenerte, por eso te pido... Por el amor de dios, ayúdame.
Me recorrió el vientre con sus manos, apretando también mis costillas y me acercó hasta él, pegando nuestras bocas desde atrás de mi, con su mano en mi cuello presionando mi barbilla, obligandome a inclinarme hasta sus labios y ojos...
— ¿Y a mí quien me ayuda?
No supe cómo lo hicimos pero lo hicimos.
Nos separamos y salimos, sin prisas hacia la sala, tomados de la mano sin explicación alguna.
Yo había suprimido todo pensamiento lógico y sensato. Estaba inmiscuida en la oscuridad que significaba Alexander y ya me estaba acostumbrando tanto que se me empezaban a dilatar las pupilas.
A medida que caminábamos hacia el salón, se escuchaba un claro debate.
— ¿Cómo lo permiten Joss?, es una chica muy inocente — la voz de Mónica se escuchaba en tono de reproche.
— Sabes que no puedo controlarlo y no voy a hacerlo. Ella sabrá decidir al final. Es muy lista y fuerte — se defendía mi guardaespaldas y Alex apretaba mi mano sin querer, creía yo.
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