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El Despertar de la Reina Militar Divorciada romance Capítulo 3

Las pupilas de Quinn se contrajeron de golpe. Casi instantáneamente, agarró la urna con fuerza entre sus brazos, asegurándose de que no sufriera el más mínimo daño.

—¡Esto contiene las cenizas de mis padres! ¿Cómo puedes ser tan irrespetuosa? —exclamó Quinn con ira.

—Esta es la casa de mi hijo. Si te atreves a quedarte con esa cosa horrible en mi casa, ¡la haré pedazos! ¡Tus padres tienen que ver lo odiosa y grosera que eres con nuestra familia! —Penélope seguía hablando sin parar, diciendo las cosas más desagradables.

Los ojos de Quinn se llenaron de rabia y apretó con fuerza la urna.

—¡Aunque seas mi suegra, no tienes derecho a insultar así a mis padres!

Trent dijo:

—Quinn, por favor, sal. No alteres más a mi madre. Hace poco que la operaron y no debe enfadarse. Si le pasara algo, ¡nunca te lo perdonaría!

Las manos de Quinn temblaban un poco mientras sostenía la urna, ¡y sus ojos se llenaron de una furia aún mayor! Llevaban 3 años casados y él ni siquiera era capaz de mostrar a sus padres el respeto más básico. Al ver que ella no se marchaba, Trent se enfadó.

—¿Aún no te vas? ¿Tengo que echarte?

En un arranque de rabia, Quinn se echó a reír y bajó la mirada hacia la urna que tenía en las manos.

—Mamá, papá, ¡me he casado con el hombre equivocado!

Hace 3 años, Trent la miró nervioso y le dijo:

—No tengo casa ni auto. ¿Aun así te casarías conmigo?

Ella respondió:

—Sí, quiero. —¿Por qué? Porque el día que recibió la noticia de que sus padres habían fallecido, él estaba allí, en silencio, a su lado, secándole las lágrimas. Eso fue lo que la conquistó.

Tras la muerte de sus padres, Dominic le habló con sinceridad:

—Quinn, mientras vivían, lo que más les preocupaba a tus padres era tu matrimonio. Las fuerzas especiales son demasiado peligrosas. No quiero que acabes como tu mamá, tu papá y tu hermano. Creo que tus padres también desearían que tuvieras una vida segura y tranquila hasta la vejez.

Tras la muerte de sus padres y la desaparición de su hermano, ella era la única superviviente de su familia. Por ello, se retiró del ejército y se casó con Trent. Creía que, aunque su relación no fuera tan amorosa como la de sus padres, al menos podrían tratarse con respeto mutuo.

No obstante, Trent estaba destrozando el último vestigio de su dignidad. De hecho, su capital inicial para emprender, cuando no tenía nada al principio, provino de la indemnización por el fallecimiento de sus padres.

Por ello, no podía evitar preguntarse qué pensarían sus padres si la observaran desde el cielo, sabiendo que su yerno, quien había utilizado la indemnización por su fallecimiento para iniciar su negocio, les había negado la entrada.

—¡Está bien, me voy! —declaró Quinn, con la cabeza alta y la espalda recta como una tabla, negándose a dejar caer las lágrimas.

Podía sangrar, podía sacrificarse, ¡pero de ninguna manera iba a derramar lágrimas por alguien tan despiadado! Se dio la vuelta con decisión y se marchó sin dudarlo. Jacinda no parecía darse cuenta de lo que estaba pasando.

—¿Se ha ido así sin más?

—Hmph, esta es la casa de Trent. ¡Aquí no tiene nada que decir! No es más que una huérfana. ¿Quién se cree que es? —refunfuñó Penélope.

Mientras Trent veía alejarse a Quinn, se sintió un poco vacío por dentro, como si hubiera perdido algo.

—Señor Whitethorn, por favor, por aquí.

«¿Señor Whitethorn?».

Quinn se quedó desconcertada. En un instante, el hombre pasó junto a Quinn. No fue hasta que Quinn entró en el auto cuando se dio cuenta de que, en algún momento, se le había formado una capa de sudor frío en la palma de la mano. Sacó su teléfono y vio que tenía un mensaje de Trent esperándola.

Trent:

«Mi mamá y Jacinda ya se han ido. Cuando hayas arreglado lo de las cenizas de tus padres, regresa. Necesito hablar contigo».

Quinn miró el mensaje con frialdad, arrancó el auto y se dirigió hacia la mansión. Dentro de la mansión, Trent estaba sentado en la sala, recostado en el sofá. En cuanto vio regresar a Quinn, se levantó rápido para saludarla y le preguntó:

—¿Ya arreglaste lo de las cenizas de tus padres?

—Sí —respondió ella con indiferencia.

—No culpes a mi mamá. Solo está envejeciendo y le asusta todo lo relacionado con la muerte, como las urnas. No es que te lo haya hecho a propósito. —Trent levantó la mano y rodeó a Quinn con el brazo—. Cariño, lo siento. Sé que has tenido un día difícil. Te prometo que te compensaré.

«¿Compensarme?».

Una ola de tristeza surgió desde lo más profundo del corazón de Quinn. El abrazo de Trent era cálido, pero la dejaba con una sensación de frío que le helaba los huesos. Los que en realidad habían sufrido una injusticia no eran ella, sino sus padres, porque, a pesar de ser héroes caídos, sus cenizas ni siquiera podían entrar en la casa de su hija.

«¡No hay nada que él pueda hacer para compensarlo! ¡Y pensar que una vez anhelé su abrazo, pero ahora ya no necesito este calor falso!».

Quinn se apartó del abrazo de Trent y posó la mirada en el hombre al que una vez amó.

—Trent, divorciémonos.

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