Leonardo se sintió aliviado cuando vio que todos bebían.
«¡Qué bien! Puedo pagar la comida yo mismo, pero ahora que todos están bebiendo, ¡dividiríamos la cuenta del licor! ¡No hay manera de que pague más de un millón yo solo!».
Asumiendo que Leonardo pagaría por ellos, todos los demás lo adulaban.
—¡Si no fuera por ti, Leonardo, ¡dudo que pudiera probar un licor tan bueno!
—¡Así es! ¡Eres increíble, Leonardo! ¡Un millón no significa nada para ti!
—Y luego está Jaime. ¿No sabe lo capaz que es Leonardo? ¿Cómo se atreve a compararse con Leonardo?
Jaime no se inmutó ante esos halagos.
«Di lo que quieras ahora porque luego tendrás que desembolsar el dinero».
En un abrir y cerrar de ojos, se terminaron las diez botellas de brandy. Algunos ni siquiera podían mantenerse en pie.
—Muy bien. Es hora de irse —le dijo Jaime a Hilda.
Hilda asintió y ayudó a Yolanda a salir del salón.
Los demás la siguieron. Leonardo se apresuró a alcanzarlos. Estaba deseando humillar a Jaime en público.
«¡Vamos a ver cómo vas a pagar!».
—¿Puedo saber cuánto tendremos que pagar? —le preguntó Leonardo a la cajera.
—Señor, su factura total es de dos millones cien mil —respondió la cajera con prontitud.
Leonardo asintió y sacó su móvil para dividir la cuenta.
—Jaime, tenemos un total de catorce personas aquí. Por lo tanto, serían ciento cincuenta mil para cada uno. Como son tres, tendrán que pagar cuatrocientos cincuenta mil.
—¡Cuatrocientos cincuenta mil no es nada! —Jaime se rio.
—Deja de actuar, Jaime. Si es así, ¿qué esperas? ¡Paga ahora! —dijo Michelle con un tono sarcástico.
—¡Es imposible que pague! ¡Solo se hace el rico! —añadió Ivón.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón