—Señor, me llamo Tadeo Zabala. Encantado de conocerlo.
Tadeo tartamudeaba mientras le tendía la mano a Jaime, nervioso, mientras volvían a sus escritorios. Jaime pudo notar que el hombre le tenía terror, lo que le sorprendió un poco.
—Soy Jaime Casas. El placer es mío, ¡y espero aprender mucho de usted! —respondió con una sonrisa, estrechando la mano del hombre.
—No, no... Yo también empecé a trabajar aquí hace unos días. Aprendamos el uno del otro —dijo Tadeo.
Jaime pudo notar que Tadeo no era un veterano.
—¿Parece que me temes mucho? —preguntó Jaime extrañado.
—¡En absoluto! —Tadeo negó con la cabeza, pero no se atrevió a mirarlo a los ojos.
—¿Sabes algo?
Jaime estaba seguro de que le tenía miedo porque sabía algo. Tadeo dudó un rato antes de asentir y preguntar:
—¿Por qué fuiste a prisión? No pareces ser un villano.
Jaime estalló en carcajadas al escuchar eso.
«Ah, ¡resulta que sabe que he estado en la cárcel! Por eso parece tenerme miedo».
Tras conocer el motivo de la inquietud del hombre, no ocultó nada y le contó todo lo sucedido. No tardaron en hacerse amigos, y Tadeo ya no temía a Jaime.
—¡Eso fue un golpe de mala suerte, Jaime! Pero como ahora eres libre, debes trabajar duro. Sin embargo... Sin embargo... —Mientras Tadeo hablaba, empezó a tartamudear.
—¿Qué pasa? —preguntó Jaime.
—Sin embargo, es probable que no estemos aquí por mucho tiempo cuando te han unido a mí, Jaime —se lamentó Tadeo con un suspiro.
—¿Por qué dices eso? —El asombro inundó a Jaime.
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