La abuela por fin se tranquilizó.
—Vengan, coman de una vez, todavía tengo que atenderlos a los tres. A ver, que yo les pelo el cangrejo, sirvo la sopa... ¿Sí? ¡Ay, díganme, ¿por qué tuve que salir tan salada?! —Rocío no podía evitar pensar que, además de mantener a sus tres hijos, al llegar a casa también tenía que atenderlos como si fueran unos niños grandes.
Sin embargo, después de reconciliarse con ellos, la pequeña renta donde vivían se llenó de risas. El ambiente era mucho más ligero y cálido.
...
Al día siguiente
Rocío se levantó temprano.
Tenía que tomarse su tiempo para arreglarse y lucir impecable.
Samuel le había dicho el día anterior que irían a ver un terreno en las afueras de la ciudad, un lugar rodeado de montañas y ríos, ideal para descansar en la vejez.
Por supuesto, había una condición: Rocío debía ir como la “novia” de Samuel, acompañándolo en calidad de su amante.
Eso quería decir que hoy tenía que vestirse como una dama adinerada.
Una de esas mujeres que viven a costa de un hombre.
Eligió un suéter de lana color rosa pálido de cuello alto, unos pantalones negros que le quedaban ajustados y unas botas italianas de piel, altas, también en tono rosa, haciendo juego con el suéter.
Encima, se puso un abrigo blanco de alpaca, de corte medio y mangas semilargas de corte acampanado. El forro rosa asomaba tanto en los puños como en el cuello, igual que el suéter, haciendo que Rocío se viera delicada, vibrante y muy atractiva.
Radiante y sensual.
Incluso ella misma, al mirarse en el espejo, pensó que de verdad parecía una flor de invernadero, criada entre lujos y sin preocupaciones, dependiente completamente de un hombre.
Cuando Samuel llegó a recogerla y la vio así, se quedó petrificado.
Esta vez, el impacto fue genuino.
En las ocasiones anteriores, Samuel nunca había considerado a Rocío una mujer especialmente agraciada. Especialmente aquel día en que chocaron, llegó a pensar que Rocío tenía una apariencia tan desaliñada que hasta daba miedo, como si fuera un fantasma errante, fea y hasta espeluznante.
Pero en la fiesta de cumpleaños de la abuela Zúñiga, ya había notado que Rocío no era una mujer fea, sino una con una presencia bastante agradable. Aunque, a decir verdad, nada fuera de lo común.
Pero la Rocío de hoy era distinta.
Con la mirada de un hombre maduro, Samuel pudo notar que hoy Rocío tenía algo más: una mezcla de timidez y coquetería, de luz y misterio.
Había algo encantador y sugerente en su forma de moverse.
Era la elegancia discreta de una mujer joven, con un aire sensual y una belleza que invitaba a soñar.


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