—¿Quién eres tú? —La voz de Paula sonaba desconfiada al otro lado de la línea. No lograba identificar a Lázaro.
En su momento, Paula había guardado el número de Lázaro y hasta lo había llamado alguna vez. Sin embargo, jamás había logrado que él le contestara, y él tampoco se había puesto en contacto con ella. Además, hacía poco, Rocío había borrado todos los contactos de la familia Valdez de su celular. Por eso, la abuela, que tanto se había sentido orgullosa de su yerno, ahora ni siquiera podía reconocer su voz.
—Yo... —Lázaro dudó. No encontraba las palabras.
Solo hasta que marcó el número de Paula, Lázaro se dio cuenta de que encontrar a Rocío no era tan complicado. Lo que pasaba era que antes no le interesaba buscarla o, mejor dicho, siempre había creído que Rocío volvería por su cuenta, así que jamás movió un dedo.
—¿Acaso eres de los que entregan paquetes? Los paquetes siempre los recibe mi nieta, yo no recojo nada. Debes estar equivocado —le soltó Paula, con una voz envejecida y cargada de tristeza.
En esos días, la abuela no había probado bocado por la angustia de no haber recibido la estatua de ángel del bisabuelo. La internaron en el hospital y le estaban pasando suero. Elvia era quien la cuidaba, pero justo en ese momento había salido con Sergio, dejándola sola.
Cuando Paula estaba a punto de colgar, Lázaro la detuvo:
—Señora, yo... no soy repartidor. ¿Podría salir un momento, por favor?
—No puedo —contestó la abuela, tajante—. Aunque ya estoy vieja, no crean que pueden engañarme tan fácil. En esta vida casi no me quedan familiares, solo una nieta. Hace poco le causé problemas a mi niña y casi nos mandan bien lejos, así que ya no confío en nadie. No voy a salir, voy a colgar.
—Disculpe, ¿usted tiene una estatua de ángel? —preguntó Lázaro.
Mencionar la estatua fue lo peor. Apenas la escuchó, la abuela rompió en llanto, un llanto desgarrador:
—¡Ellos me han lastimado! No tengo a nadie, no tengo fuerzas, y todavía se atreven a dañar a mi nieta… Solo somos nosotras dos, una vieja y una niña. Mi Rocío ha soportado demasiado… Ya no quiero saber nada de esa estatua de ángel, nunca más… —Las lágrimas impedían que terminara de hablar, y colgó de inmediato.
Lázaro se quedó en silencio, con un nudo en la garganta. No supo cómo procesar el remolino de emociones que le dejó esa llamada. Dio media vuelta y regresó a casa en su carro.
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