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El Desquite de una Madre Luchona romance Capítulo 173

Al principio, la abuela no reconoció a Violeta.

Es que Violeta iba cubierta de oro y plata, con unos lentes de aros dorados colgando de una cadenita también dorada, luciendo un vestido elegante y encima un abrigo de piel. Su porte era tan refinado y distante, que una señora de pueblo como la abuela jamás podría aspirar a ese tipo de lujo.

La mirada de Violeta hacia la abuela era como si estuviera viendo un pedazo de basura sucia tirada en la calle.

—Paula, ¿no te bastó con hacer el ridículo en mi fiesta de cumpleaños la última vez? ¿Ahora hasta me sigues para seguir molestando? Mi esposo y yo hemos vivido toda la vida juntos, ¿y crees que puedes venir a arruinarnos el momento así nada más?

Aunque Violeta ya tenía unos setenta y tantos años, cuando hablaba frente a la abuela todavía se notaba esa arrogancia infantil de quien siempre se sintió superior.

Al terminar, no perdió la oportunidad de lanzarle una sonrisa coqueta a Javier.

La abuela, al ver a Javier, fue que se dio cuenta de que estaba frente a sus enemigos.

De inmediato, los ojos de la abuela se pusieron rojos.

Cada vez que se emocionaba o se ponía triste, se le irritaban los ojos y se le formaban pequeñas llagas en las comisuras, resultado de tantos años llorando en su casita en el cerro, cada que le venían recuerdos dolorosos.

—¿Cómo se atreven a tratar así a la gente? Este restaurante es público, no es propiedad de la familia Zúñiga. ¿Por qué ustedes sí pueden entrar y nosotros no? ¿Por qué dices que yo los estoy siguiendo, y no piensas que ustedes me siguen a mí?

Puede que la abuela no tuviera estudios y ni siquiera supiera leer, pero nadie podía decir que no tenía sentido común. Sus ideas eran claras, y siempre sabía defenderse.

Con una mirada llena de tristeza, miró directo a Javier.

Su voz sonó aún más lastimada:

—Javier Zúñiga, la familia Amaya nunca te trató mal. Fuiste tú quien trajo a una mujer extraña a mi casa y luego me pediste el divorcio. Como dice mi nieta, tú fuiste el primero en engañar. La mujer que trajiste, esa es la amante, la que me ha hecho la vida imposible durante años… Y ahora resulta que la víctima soy yo, solo porque ya no tengo hijos ni nadie que me defienda.

Sus palabras hicieron eco en todo el restaurante. Incluso los meseros, al escucharla, comenzaron a mirar a Javier y a Violeta con cierto recelo.

Por un momento, hasta el rostro de Violeta se tiñó de vergüenza.

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