Apenas Lázaro terminó de hablar, el silencio se apoderó de ambas mesas.
Toda la familia Zúñiga se quedó boquiabierta mirando a Lázaro, sin poder creer lo que acababan de escuchar.
El rostro de Violeta pasó de rojo a pálido y de nuevo a rojo, como si la vergüenza la hubiera abofeteado sin piedad. Su orgullo, ese que había defendido durante toda una vida, se hizo trizas en cuestión de segundos.
Javier dirigió una mirada rápida a Lázaro, pero enseguida bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.
En el fondo, Javier sabía que lo de la estatua del ángel no había sido nada justo por parte de la familia Zúñiga. Su intención al pedirle a Mireya que comprara esa estatua y se la regalara a Paula era compensarla. Después de todo, desde que se divorció de Paula hace cincuenta años, jamás se había preocupado por su vida. Fue hasta la fiesta de cumpleaños de Violeta, al ver con sus propios ojos la tristeza y desamparo de Paula, que se dio cuenta de lo mucho que le debía.
Quizá los años le estaban pesando. Quizá la conciencia finalmente le estaba cobrando factura.
Si la familia Amaya no le hubiera salvado la vida en aquel desastre, él ya habría muerto injustamente hace mucho. Fue gracias a ellos que aprendió el oficio de la carpintería, lo que le permitió prosperar en la ciudad. Sin embargo, apenas logró estabilidad, lo primero que hizo fue dejar atrás a la mujer que estuvo con él en las peores.
Paula pasó toda su vida sola, sin hijos, sin apoyo. Siempre a merced del desprecio de los demás.
Javier de verdad quería disculparse con Paula. También buscaba encontrar un poco de paz para sí mismo, por eso le pidió a su nieta que comprara la estatua del ángel.
Pero si Paula ya le había encargado a Rocío que comprara esa estatua, ¿por qué su nieta tuvo que meterse en esa disputa?
No solo eso: pagó un precio mil veces mayor al original, arrebatándole la estatua a Rocío, que legítimamente la había conseguido para la familia Amaya, y luego entregándosela a Paula con una “generosidad” que más bien parecía una burla.
¿Eso era redención? No, eso era humillación. Eso era abuso de poder.
Javier, sintiéndose culpable, no pudo más que guardar silencio.
Violeta, en cambio, no entendía en qué se había equivocado.
Ella y su esposo se habían amado toda la vida, siempre fueron una pareja ejemplar, avanzando juntos en todo momento. Su marido la consentía tanto que, a sus setenta y tres años, aún sentía el corazón de una jovencita enamorada.

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