El solo escuchar ese “mamá” hizo que el corazón de Rocío diera un vuelco.
Se detuvo en seco y, al girarse, vio la pequeña figura de Carolina parada ahí.
La abuela, Elvia, Sergio y Fabián también se voltearon, todos con la mirada fija en Carolina.
La niña la miraba con esos ojos llenos de anhelo, como suplicando una respuesta.
—¿Ahora sí quieres que mamá regrese contigo solo para que sea tu empleada doméstica? —soltó Sergio, con una expresión dolida, mirando a Carolina—. Mamá no quiere ir.
Antes de que Carolina pudiera decir algo, Sergio continuó:
—La última vez que le pediste eso a mamá, ella se encerró a llorar mucho tiempo bajo las cobijas. Se sintió tan mal que hasta enfermó. Por favor, Carolina, no vuelvas a pedirle que vaya a tu casa como empleada. Te lo suplico.
—Yo… yo ya no voy a decir esas cosas —balbuceó Carolina, la voz temblorosa.
Nadie jamás le había explicado cuánto podía lastimar a su madre con ese tipo de comentarios. Cuando propuso que su mamá fuera la empleada de la casa, lo consultó con su papá, con la abuela y con Mireya. Todos dijeron que mientras su mamá estuviera de acuerdo, ellos no se opondrían.
Hasta le dijeron que, con lo insistente que era su mamá con la familia Valdez, seguro estaría encantada de aceptar.
Pero a nadie se le ocurrió advertirle que eso podía destrozarle el corazón a su madre.
Claro, antes a Carolina ni le importaba si su mamá se sentía herida. Siempre pensó que si su mamá estaba triste, era porque quería llamar la atención.
¿Y a ella qué le importaba si su mamá sufría?
Pero después de enfermar y pasar varios días internada, se dio cuenta de muchas cosas. La tía que siempre le decía que su mamá era una mala persona nunca fue a visitarla, solo se dedicó a cuidar a Benjamín. La abuela la atendía, pero se la pasaba quejándose. Su papá y Mireya estaban tan ocupados que ni tiempo tenían para verla en el hospital. Fue entonces cuando Carolina entendió, por fin, que la única persona que la amaba de verdad era su mamá.
El cariño de su madre era algo con lo que nadie más podía competir.
Y, aun así, ella seguía engañándola, lastimándola una y otra vez, al grado de que su mamá ya ni se atrevía a acercarse.
Una vez, la empleada Miranda le susurró al oído:
—Mira, niña, los hijos que se alían con extraños para hacerle daño a su propia madre, son los más tontos y malvados. Si logras que tu mamá se aleje, ¿quién te va a querer así de fuerte después? ¿Mireya? ¿Tu abuela o tu tía? Si de veras les importaras, ¿por qué no vienen a cuidarte cuando te enfermas?
Al recordar eso, Carolina sintió una vergüenza tan grande que deseó poder borrar todo lo que había hecho.
Si su madre estaba dispuesta a perdonarla, juró que no volvería a cometer ninguna tontería.
Quería ser como su hermano Sergio, el protector de su mamá.

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