Esta vez, la llamada sí entró, pero nadie contestó.
Carolina vio en su reloj que había una llamada perdida, pero recordó bien la advertencia de su familia: si un niño veía un número desconocido, jamás debía contestar.
Además, ese fin de semana estaba ocupadísima.
Se fue con su papá, los amigos de su papá, Mireya y una amiga de Mireya a la ciudad vecina para ver la competencia de escalada donde Mireya participaba.
Mireya era increíble. Una vez más, se llevó el primer lugar.
Esa noche, todos salieron a la playa para celebrar el triunfo de Mireya.
Mireya conducía una moto acuática, llevando a Carolina y a su papá por el mar. No podía verse más genial y segura.
Carolina estaba tan emocionada que se le olvidó por completo contarle a su papá que un número desconocido había marcado su reloj.
...
Al día siguiente por la tarde, ya era hora de regresar a casa.
Mireya tuvo que quedarse por trabajo, así que se despidió de Carolina y su papá antes de tiempo.
Padre e hija sintieron de inmediato ese vacío de la despedida.
Ya en casa, sentados en la sala, Carolina fue la primera en romper el silencio.
—Papá, si Mireya no duerme abrazándome ni me cuenta historias, seguro no voy a poder dormir.
—Yo te puedo contar un cuento y dormir a tu lado —respondió Lázaro, tratando de sonar convencido.
—¡Pero tus historias no tienen nada de interesantes! Para nada se parecen a las de mi mamá... digo, las de Mireya. Además, cuando me abrazas tu ropa no huele rico, huele a cigarro, y tu brazo es duro —reviró Carolina, haciendo una mueca de fastidio.
Lázaro se quedó callado.
Pasó un rato antes de que él hablara de nuevo.
—Voy a prepararte la ropa que vas a usar mañana. Ya jugaste mucho estos días, mejor te bañas y te duermes, ¿te parece?
—¿Y tú puedes escoger bien tu propia ropa? —le preguntó Carolina, parpadeando y mirando a su papá con cara de duda.
Su papá no supo qué responder.
Tenía que admitirlo: desde que Rocío se fue de la casa, tanto él como Carolina andaban un poco desubicados. Ni para vestirse ni para comer daban una.
La comida no sabía igual.
La ropa, por más que intentaran, nunca combinaba bien.
Antes, cuando Rocío estaba en casa, ella siempre elegía y acomodaba la ropa de ambos en su lugar. Hasta la ropa interior de Lázaro era lavada y desinfectada por ella, y la ponía justo donde pudiera encontrarla sin esfuerzo.
Lo mismo hacía con toda la ropa.
Cada mañana, al salir, Lázaro encontraba camisas, pantalones, corbatas y sacos perfectamente limpios y planchados, listos para usar.

VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Desquite de una Madre Luchona