Italia...
—¿Qué piensas hacer ahora? Esta noticia puede convertirse en un problema grave en este preciso momento.
—No lo he pensado bien Alan.
—Tenemos que actuar rápido. Debes hacer que Mónica termine de firmar el divorcio. Antes de que todos se enteren que el hijo que está esperando Diana es tuyo.
—Realmente no deseo otra cosa más que eso y casarme con ella.
Alan se echó a reír.
—Al parecer sientes algo más que un revolcón por ella.
Ian miró por la gran ventana de la habitación del hotel en Roma. Suspiró y se giró para enfrentar a su amigo.
—No voy a negarlo. Siempre he tenido sentimientos hacía ella. Las cosas pasaron de una manera muy extraña, pero ahora estoy dispuesto a luchar por ella.
El toque en la puerta hizo que terminaran la conversación. Cuando Ian abrió la puerta se encontró con Mónica. Hermosamente problemática como siempre. Le sonrió.
—¡CIAO TUTTI! —la voz melosa hizo eco en el lugar.
—¡Oh Mónica! —saludó Alan de manera casual—. Estábamos justamente esperando por ti.
Ella miró a Ian de pies a cabeza.
—Ya puedo verlo —se echó a reír—. Mi abogado ya revisó el acuerdo, y de verdad es una oportunidad que no puedo rechazar. No tengo queja alguna.
—Estás de acuerdo entonces con firmar el divorcio —Ian no preguntó, afirmó.
—Sí. Acepto —miró a Ian—, también estoy cansada de todo esto.
—Entonces podemos proceder a la firma —les apuró Alan.
—Por supuesto. A eso vine, a estampar mi firma y con eso terminar con todo esto. Tomaré las riendas ahora de mi vida. Ian ha sido muy caritativo conmigo.
Algo no andaba bien. Pensó Ian. De repente ella aceptaba todo así de manera fácil. Aunque era muy cierto que era un acuerdo que difícilmente no podía rechazar. El mismo no hablaba de manutención si no de bienes que generaban un ingreso cinco veces mayor que una simple cuota mensual para gastos. Lo mejor de ese tratado era que si ella no tenía buena cabeza para los negocios y se iba a la ruina él no tenía nada que ver con eso.
Alan le facilitó su bolígrafo y ella firmó sin ningún problema. Por fin era hombre libre. Después de un año, esta negociación de divorcio había sido muy fácil aunque sabía que con ella nada lo era.
—Deberíamos ir a cenar para celebrar nuestro divorcio —propuso Mónica mirando a Ian.
—Es una gran idea —agregó Alan.
—Yo tengo algo de trabajo —informó Ian un poco dudoso.
—¡Por favor! Siempre tan aburrido, Ian. A veces se te olvida que sabes divertirte —le hizo ojitos— ¡Vamos! ¿Qué de malo hay en tomar una copa para celebrar nuestra separación? Somos adultos, podemos manejarlo.
Ian miró a Alan. No estaba muy convencido de ese plan.
—No veo cual es el problema —se rindió—. Si gustan pueden esperarme en el restaurante. Yo bajaré en un segundo, mientras reviso unas cosas en el computador que es muy importante para la empresa.
—De acuerdo “señor todo negocio”—dijo Mónica.
—Te esperamos para cenar —inquirió Alan—, no tardes que estoy hambriento.
—No. Sólo es un momento nada más y enseguida estaré con ustedes.
Esperó a que ellos se fueran de la habitación. En Europa eran las nueve de la noche pero en América apenas las tres de la tarde. Estaba seguro de que Diana estaba en la empresa. Así que tomó su teléfono y marcó su número. Ella contestó inmediatamente.
—Hola —el sonido de su voz hizo que volviera a respirar.
—Ey, ¿cómo has estado?
—Bien —Ian pudo sentir al escuchar su voz que no era cierto, algo le pasaba.
—¡Estás mintiendo, Diana! —exclamó—. Se te olvida que te conozco muy bien.
—No. De verdad estoy bien.
—¿Tienes algún malestar?
Ella se echó a reír y a él le encantó escuchar el sonido de su risa.
—Realmente no. Un poco de sueño, pero ya sabes que eso normal en el embarazo.
—Entiendo —hizo una pausa —. ¿Cómo te trató el personal?
Ella suspiró.
—Están todos un poco sorprendidos con el hecho de que esté de vuelta aquí.
Ian se frotó las sienes con la mano.
—¿Alguno te ha tratado mal? ¿Andrew?
—No, ninguno lo ha hecho ¿Estás seguro de que yo debería de estar aquí?
—Te vuelvo a preguntar. ¿Pasó algo que deba saber? —no le creía del todo.
Hubo un silencio por unos segundos que Ian creyó que eran interminables.
—No. No ha pasado nada. Simplemente ya no me siento cómoda aquí, eso es todo.
—Te necesito en el proyecto. Nadie lo conoce mejor que tú.
—¿No puedo hacerlo desde casa? —preguntó ella.
—No quieres estar en la empresa, ¿cierto? Eso sería una posibilidad.
—Eso quiero decir que me puedo ir de aquí. ¿Ahora mismo?
—Por lo que puedo percibir. Algo te pasó en la oficina y conociéndote, no me dirás ni una palabra de lo que te ha pasado. Pero no te preocupes; yo lo averiguaré de todas formas y te arrepentirás de haberme ocultado las cosas.
Sonaba a amenaza de índole sexual.
—No te preocupes. De verdad no pasa nada.
—Te repito. Si tuviste algún problema con uno de los empleados deberías decirme en este mismo momento.
—Todo está perfectamente.
—No quiero enterarme por terceras personas que alguien te ha faltado al respeto. Diana —insistía.
—Ellos no saben nada aún. De ti. De mí.
—Dime algo. Necesito que seas totalmente sincera conmigo.
—Te escucho.
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