EL EROR PERFECTO romance Capítulo 9

Diana se despertó con el roce de unos labios sobre los suyos. Era el toque más sutil y más ligero que una pluma, pero cálidos como una brisa de verano. Si eso era un sueño, no quería despertar. Tampoco necesitaba saber quién era el dueño de esos labios carnosos, delineados y masculinos.

—Ian… —pronunció el nombre con un débil susurro y luego extendió los brazos para enroscar las manos alrededor de su cuello y así poder acercarlo más a ella. Pudo saborear el toque del whisky en los labios y un pequeño toque de menta en su lengua.

Sólo había degustado sus besos una vez, pero jamás lo había olvidado. Ella quería más, frotaba sus pechos ahora más sensibles por el embarazo contra el firme pecho masculino. No sabía que estaba pasando con su cuerpo. Él solo la estaba besando y cada caricia de su lengua enviaba ráfagas de deseo hasta su vientre. De manera inconsciente movió sus piernas para permitir una mayor comodidad para ambos.

—No quiero abrir los ojos —habló entre susurros.

—¿Por qué? —Ian dijo con voz gutural.

—Porque si los abro, sé bien que no estarás aquí —respondió con tristeza.

—Al contrario, debes abrirlos. No quiero perderme esas esmeraldas que tienes por ojos —el tono de voz que él usó era de diversión.

Al escuchar aquellas palabras, que obviamente no pertenecían a un romántico sueño., Diana abrió los ojos de golpe, y se encontró con aquella mirada profunda, su respiración quedó entrecortada. No estaba soñando. Ian estaba ahí.

—No estás soñando —rozó sus labios con los suyos.

—¿Cómo sé que no lo estoy? —cuestionó un poco aturdida.

—Porque si fuera un sueño, sabes qué en este momento, no tendríamos la ropa puesta —contestó riendo.

Ella sonrió.

—Eres un pervertido, Ian.

—Uhmmm… me gusta este recibimiento —besó la comisura de sus labios, para luego acariciar su cuello con la punta de su nariz—. Creo que pensaré en irme de viaje con más frecuencia.

Cuando ella se echó a reír por lo que había dicho, pudo sentir la enorme erección encima de su montículo. Un gemido brotó de sus labios, que hizo que sus hormonas se alborotaran.

—Dime, esto se siente bien… ¿Verdad? —su voz cada vez más ronca—. No puedes negarlo, y menos en mi cara.

Volvió a besarla sin darle tiempo a que pensara la respuesta.

—¡Uhm! —fue todo lo que salió de la boca de Diana, quien abrió la boca una vez más para él.

De manera rápida y diestra Ian le quitó la sábana. Sintió como ella se estremecía cuando el aire frío de la habitación, hizo contacto con su piel. Diana, sin darse cuenta subió la pierna, y él inmediatamente se movió y comenzó a frotar su erección, contra aquel caliente núcleo femenino. Gimió de nuevo, arqueó su cuerpo y sus pechos se elevaron para él.

—No puedo olvidar tu sabor, Diana.

Ella estaba perdida en la bruma de la lujuria de ese momento. Quería sentirlo más cerca. Disfrutar de nuevo de todo el placer que él le había dado aquella noche.

—Dime que no olvidaste nuestra noche juntos —manifestó rompiendo el beso. Necesitaba saber que a ella le ocurría lo mismo.

Ella removió sus pestañas para mirarlo.

—No. Nunca la he olvidado. No he podido —debía ser sincera.

Ian le cubrió la boca con la suya, sin importarle nada más. Devorando, conquistando, poseyendo. Abandonó sus labios únicamente para besar su cuello. Él solo la quería ver dormida pero su sangre hirvió cuando la vio. La posesividad se adueñó de su cuerpo cuando se dio cuenta de que ella llevaba una de sus camisetas para dormir. No perdió tiempo y se lanzó como un cazador sobre su presa.

Acariciaba desde sus muslos desnudos hasta su cintura mientras la besaba. Quería que se acostumbrara a su toque y que se volviera adicta a ellos, aunque le quedaba claro que cada roce la hacía estremecerse de placer. Ian rompió el beso y se levantó de la cama dejándola temblando al no sentir su calor envolviéndola. Ella lo miró confundida.

—Estás más dormida que despierta. No voy a aprovecharme de ti —comentó con la voz grave, aún llena de deseo, caminó hacía el cuarto de baño.

Una ducha fría en ese momento era lo más recomendable. En ese momento, fue ella quien se levantó de la cama un poco molesta.

—Sabía que esto sería una estupidez —le reclamó.

Él se giró para enfrentarla.

—¿De qué hablas? —preguntó frunciendo el ceño.

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