La noche se había cernido sobre la ciudad con una tranquilidad engañosa, envolviendo las calles en un manto de sombras y susurros. En la penumbra de su oficina, Ariel Rhys se sumergía en el silencio, ese compañero fiel de las horas extra. Papeles se apilaban como testigos mudos del día que se negaba a terminar, mientras la luz tenue de la lámpara de escritorio jugaba con los bordes de su paciencia.
Fue entonces cuando la serenidad de la noche se rompió con un golpe sutil en la puerta. Ariel, aún sumido en sus pensamientos, instó a entrar al visitante nocturno, esperando encontrarse con el rostro familiar del custodio. Pero lo que sus ojos encontraron no era para nada lo que su mente había anticipado.
Días después, en la comodidad de un club donde los sábados cobraban vida entre anécdotas y risas, Ariel se encontraba compartiendo mesa con sus amigos: el abogado Oliver y el doctor Félix. La incredulidad aún pintaba su rostro cuando intentaba ordenar sus palabras para narrar el evento que había trastocado su realidad.
—Chicos, no van a creer lo que me sucedió—, empezó Ariel, su voz tejiendo la introducción a una historia que parecía arrancada de las páginas de una novela de misterio. Sus amigos, siempre dispuestos a sumergirse en las aguas de lo inesperado, se inclinaron hacia adelante con una mezcla de escepticismo y curiosidad.
—Es tan insólito, tan inesperado —continuó Ariel. —Que todavía estoy tratando de entender cómo algo así pudo ocurrirme a mí.
Siguió Ariel atrayendo la atención de sus amigos como tantas otras veces en que habían sostenido una conversación a lo largo de sus vidas desde la niñez. Sólo que esta vez parecía diferente por la manera que había iniciado a contar el misterio del acontecimiento Ariel Rhys. Lo cual los hizo prestar atención, sin imaginar o prever que esa noche tendría las consecuencias imprevistas que siguieron sobre la vida y destino de su querido amigo y de ellos mismos.
—¿Qué harían si de pronto, un día, una mujer extraña que nunca han visto en su trabajo entra a su despacho y les pide un favor inaudito? —preguntó Ariel.
—¿Qué favor? Tienes que ser más específico para poder contestar correctamente —respondió Félix, dando un sorbo a su bebida.
—Ariel, es verdad lo que dice Félix; si no das detalles, ¿cómo vamos a responder a eso? Depende del favor del que hables —agregó Oliver.
—Todavía no me lo puedo creer, chicos. Es tan inaudito, tan alocado, tan inusual, tan de todo que… ¡que aún no me repongo! Pero lo peor no fue eso; lo peor fue lo que vino después.
—¡Oye, parece que estás escribiendo una novela de misterio! —exclamó Félix—. ¡Cuenta ya qué fue! Me tienes muy intrigado.
—A mí también —afirmó Oliver, apoyando sus codos en la mesa para prestar toda la atención a su amigo.
—Empezaré por el principio y diré de quién se trata, aunque bueno, ustedes no la conocen. El caso es que el otro día me quedé trabajando hasta tarde, como siempre. Eran más de las diez de la noche cuando, de pronto, tocaron a mi puerta y me asusté. Luego pensé que sería el custodio y dije "adelante". Y no lo van a creer; me quedé helado ante la imagen que tenía en mi puerta.
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