Me había quedado observándola sin comprender lo que me pedía. En serio, mi mente estaba en ese momento buscando posibles hechos que le hubiesen sucedido a mi empleada en mi empresa y que yo tendría que solucionar a esa hora de la noche.
—Por favor señorita Camelia, ¿puede al fin decirme qué fue lo que sucedió para ver si puedo ayudarla? —pregunté algo exasperado.
—Pues señor, que en los chocolates había esta droga, ya sabe esta droga…, ésta droga… —tartamudeaba como si temiera o le avergonzara decirlo.
—¿Qué droga? —pregunté para incitarla a hablar ahora verdaderamente intrigado.
—Pues ésta que te hace cometer locuras, que…, que quieres hacerlo con cualquiera, ya sabe, ese acto…, ese…, ya sabe…, entre un hombre y una mujer…, —trataba de explicarme toda ruborizada y bajaba la mirada mientras tartamudeaba ante mí que no podía creer lo que me decía— y ellos se reían de mí, decían que iba a ir corriendo a suplicarles a ellos que me hicieran el “favor”, ¡pero primero me mato, señor!
La revelación de Camelia me dejó en un estado de alerta máxima. La idea de que alguien pudiera haber manipulado la comida o la bebida de un trabajador de mi empresa con una droga de excitación, era algo que no sólo era moralmente repugnante, sino también peligrosamente ilegal. La situación había escalado de una posible broma pesada a un potencial delito grave.
La gravedad del asunto se asentó en mi pecho como una losa pesada. Pude ver el miedo genuino en los ojos de Camelia, el tipo de miedo que surge cuando uno se siente completamente vulnerable y en peligro. Su nerviosismo era ahora una mezcla de terror y los efectos de la droga que corría por su sistema, provocando reacciones en su cuerpo que ella no podía controlar.
Ella caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieta, con la respiración rápida y superficial. Sabía que tenía que actuar con rapidez. No sólo debía tranquilizarla y asegurarme de su seguridad sino también considerar los pasos legales y médicos necesarios para abordar la situación. La voz de Camelia me sacó de mis pensamientos, estaba pensando en llamarte Oliver para que me dijeras que hacer, pero lo que siguió me dejó perplejo.
— Me va a disculpar, señor, ya yo iba saliendo para mi casa, pero vi su luz prendida y se me ocurrió…, se me ocurrió…, éste…, ya sabe…, quizás usted…, bueno, quiero decir, ¡que a lo mejor usted me podría ayudar! — Terminó deteniéndose frente a mí.
—¿Ayudarla en qué, señorita? —pregunté, no queriendo entender que ella me estuviera pidiendo lo que yo me imaginaba.
—Ya sabe, señor…, ¡en hacerme el “favor”! —y se apresuró a decir ante mi cara de sorpresa e incredulidad—. Que conste, es sin ningún compromiso, ni le exigiré nada, ni nada, sólo necesito que me ayude, señor, por favor —me rogó desesperada y siguió hablando como una desquiciada en lo que se movía de un lugar a otro ante mi mirada de sorpresa.
No supe qué responder de inmediato a esa solicitud, tampoco estaba seguro si no era una broma de mis hermanos, o en realidad estaba sucediendo. Era el día de San Valentín y ya conocen a ellos dos, todos los años me hacen una maldad. Camelia al ver que no respondía siguió hablando.
—Estaba dispuesta a buscar a cualquiera por ahí, pensé en llamar a un amigo mío, pero no está en la ciudad. Antes de pedírselo a un extraño, se lo pido a usted que sé que es una persona correcta, que no va a abusar de mí, que es saludable, además que es mi CEO. Por favor, señor, ayúdeme, ¡hágame el “favor”! —Terminó de hablar todo aquello a tremenda velocidad, para detenerse y mirar a mis ojos suplicante.
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