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El precio de tu traición: Obsesión Fatal. romance Capítulo 3

Evelyn.

Residencia Ashford, Distrito Diplomático de Hampshire.

Vestir de blanco en una habitación llena de poderosos es una declaración de dominio. No es un color de paz como todos suelen pensar.

Es el color que se mancha más fácil. Y aún así, jamás he permitido que algo toque mis vestidos. Ni el vino. Ni las balas. Ni las manos indebidas.

El salón está lleno. Nobles, diplomáticos, rostros falsos que sonríen con los dientes pero no con los ojos. La orquesta toca algo casi como si fuera un somnifero musical. Las luces brindan calidez. Todo es espectáculo y yo soy el acto principal, aunque nadie lo diga en voz alta.

Les gusta verme. Elogiarme se convirtió en un deber, como si mi memoria fuese a fallar con escucharlos. No lo hará, pero fingir es una lección que tuve que memorizar desde niña.

Camino saludando con la cabeza y sonrisas medidas para parecer sublimes, escuchando frases huecas que respondo con palabras aún más vacías. Me entrenaron para esto desde antes de caminar. Pero no fue la realeza lo que me hizo lo que soy. Fue la traición.

La traición de la persona que casi queda con la materia cerebral sobre el asfalto hace tan solo minutos. Aún mi pulso no se normaliza porque tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no hacerlo, en plena calle, en ese preciso momento. Pese a todo lo que me domina, no demuestro nada ante nadie.

Corbin avanza a mi lado con presunción, pues mi marido sí tolera e incita lo que llaman paz. Lo toma casi como si lo consumiera en píldoras cada mañana, porque nunca lo he visto de otra forma más que sonriendo y siendo complaciente. Él disfruta de esto, más que yo por lo visto. Su sonrisa está diseñada para la prensa, y yo copié eso. Al menos hoy.

—Estás magníficamente hermosa. Las cámaras amarían tener una imagen tuya—dice, bajando apenas el tono para que solo yo lo escuche.

—No me valgo de fotos para volverme inolvidable —respondo con suavidad, bebiendo un sorbo de champagne de mi copa.

—Eso lo sé mejor que nadie— desliza una silla para mí—. Que diga que la cámara te ama, no quiere decir que quiero que todos tengan acceso a tí por una imagen. Tú eres patrimonio privado al que aún con privilegios no se puede llegar.

—Y tú, un hombre con suerte —replico mientras tomo asiento, cruzando las piernas con una acción lenta.

Corbin Ashford ha sido el hombre que me ha acompañado durante años. Es el único que ha sabido cuando alejarse y cuando permanecer cerca.

—¿Más tranquila?— inquiere aún alerta con mi reacción al volver a ver a...

—Es mejor no sacar a flote temas que pueden arruinar la noche—, asiente en respuesta. —Como dije, eres un hombre con suerte.

Genzo se posa a mi lado. Jamás me pierde de vista, como Rodolfo a...las maravillas de la vida.

—Créeme, lo repito todas las mañanas al verme al espejo— Corbin me observa con un destello de orgullo. Le fascina este juego, aunque a veces olvide quién puso las reglas. —Hoy, Hampshire no habla de política —añade mientras se sienta a mi lado—. Habla de ti.

—Entonces Hampshire por fin tiene buen gusto —digo, deslizando mi mirada por la sala, localizando los representantes reales de esta noche. Los que buscan más elogios porque no son suficientes los que trajeron preparados.

Entre ellos, los que no deberían estar aquí.

Los que intentan pasar desapercibidos.

Los que buscan infiltrarse sin saber que yo los estoy mirando desde hace diez minutos.

Uno en especial. Traje mal cortado. Zapatos que no combinan. Gestos ensayados frente al espejo.

—¿Ese de ahí? —pregunto a Genzo sin mirar a Corbin—. El de la copa en la mano izquierda y la chaqueta dos tallas más grande.

—¿El que intenta oír a la ministra de defensa sin parecer interesado? —pregunta él con naturalidad.

—Ese. Si no es prensa encubierta, es peor —bebo otro sorbo. Siguen buscando imágenes de mí para despedazarme como hace años—. Mándalo a sacar. Hazlo de manera sutil. Un baile, una llamada falsa, una esposa histérica… no me importa el método.

—Hecho —asiente, tocando sutilmente el auricular en su oído derecho. Tres segundos después, uno de los meseros de la casa Ashford se mueve en dirección al intruso para entregar una copa que llevo a mis labios, apaciguando el deseo por darme la vuelta y volver hacia donde sé que se encuentra.

"—¿Creerías que algo tan simple puede incluso matar?— él pone mala cara cuando lo aparto de mi plato, evitando ingerirlo.

—No necesito que recuerdes que soy alérgico a un pez— refunfuña.

—Todos aquí piensan que tienes un puño de hierro—, me le subo a horcajadas y él desliza las manos por mi espalda—. Para mí, eres un Alma de acero. Mío.

—¿Llegamos al nivel de usar sobrenombres cursis?—, baja el cierre de mi vestido—. No soy el lamebotas de Ashford. Y no pienso llamarte princesa como él.

Capítulo 3. 1

Capítulo 3. 2

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