Sara no sabía qué decir. ¡Definitivamente no lo había hecho a propósito! Pero ahora ya no podía decir que no fue a propósito. Sabía cuál era su misión al venir aquí: era consentirlo.
Sara miró su apuesto rostro.
—Sí lo hice a propósito, ¿qué pasa? Eres mi esposo, me siento en tus piernas cuando se me da la gana.
Luis curvó ligeramente los labios.
—Ayer dije que de día no eras suficientemente atenta, ¿y hoy ya viniste por tu propia cuenta?
—Exacto, acepto todas tus críticas y además las corrijo. Creo que las parejas tienen que ajustarse el uno al otro, tolerarse mutuamente y comprenderse para poder pasar toda una vida juntos.
Luis la miró actuando tan obediente, levantó las cejas pero no dijo nada.
—La sopa ya se va a enfriar, hay que tomarla caliente —dijo Sara.
Sara sirvió un plato de sopa de pollo y personalmente acercó la cuchara a su boca.
—Abre la boca, amor.
—¿Esta sopa no tendrá veneno? —preguntó Luis.
Sara quedó sin palabras. ¿Acaso había visto muchas telenovelas? Sara probó primero un poco.
—¿Ahora sí está bien?
Sara volvió a acercar la cuchara a su boca. Luis miró la cuchara. Esa cuchara acababa de tocar los labios de ella. Los herederos de familias adineradas como Luis solían ser un poco maniáticos con la limpieza.
Sara se dio cuenta de inmediato del problema.
—Te busco una cuchara nueva.
Sara quiso tomar otra cuchara, pero Luis la detuvo agarrándola de la mano.
—No hace falta cambiarla.
Bajó la cabeza y tomó un sorbo de sopa. Sara se sorprendió bastante, no esperaba que él estuviera dispuesto a compartir una cuchara con ella.
Luis la miró.
—¿Por qué me miras así? Ya hemos hecho cosas mucho más íntimas, qué importa una cuchara.

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