Abrió el armario y allí la encontró, acurrucada en un rincón con su largo cabello negro esparcido, parecía tan pura e inocente. Al abrir la puerta, sus ojos somnolientos lo miraron como un gato asustado.
Parecía una amante que se escondía, como si la esposa hubiera llegado a sorprenderlos y hubiera tenido que saltar de la cama para ocultarse en el armario.
—¿Qué haces escondida ahí? —Preguntó Mateo frunciendo las cejas.
Valentina se había despertado al escuchar la voz de Luciana y al abrir los ojos, se había encontrado en la cama de Mateo. No recordaba cómo había llegado allí, solo que se había quedado dormida sobre el escritorio. Cuando Luciana entró furiosa buscando a alguien, se escondió en el armario debido al pánico.
—¿Ya se fue? —Preguntó.
Mateo permaneció en silencio.
—Me escondí cuando vi que iba a entrar. ¿He sido buena, señor Figueroa? —Dijo con una pequeña sonrisa en la cara.
Mateo suspiró. Era demasiado bueno para ser verdad.
Cuando Valentina intentó salir del armario, sus piernas, entumecidas por estar tanto tiempo agachada, la traicionaron y casi cae sobre la alfombra, pero la mano de Mateo la sujetó a tiempo.
—Gracias, señor Figueroa —Dijo mientras intentaba que su pierna derecha volviera a la normalidad.
Él la observó mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja, revelando su delicado perfil. —La próxima vez, si un hombre no te dice que te escondas, no tienes por qué hacerlo, ¿entendido?
Los párpados de Valentina temblaron. ¿Él pensaba que ella quería esconderse? ¡Ella era la esposa! ¡Luciana era la otra! Se sentía patética y ridícula por haberse escondido.

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