Él la provocaba a propósito; solo cuando ella lo miraba con rabia parecía cobrar vida.
—Ruégame y te sacaré de aquí. —Dijo él.
Siendo quien era, había captado su difícil situación de inmediato; y aun con eso quería que ella le suplicara.
Pero ella jamás le rogaría.
No necesitaba que él la salvara, no quería deberle nada.
—¡Señor Figueroa, suélteme, por favor!
Se liberó con fuerza y se levantó de sus piernas.
No quería permanecer allí, así que abrió la puerta y salió.
Santino se levantó de inmediato. —Señor Figueroa, ¿me puedo retirar?
Sin el permiso de Mateo, Santino no se atrevía a marcharse.
Mateo guardó silencio.
Su silencio fue interpretado como aprobación y Santino se retiró rápidamente.
La cara de Mateo se ensombreció como si estuviera cubierta por nubes de tormenta.
Los presentes parecieron notar algo extraño y se miraron entre sí, desconcertados. ¿Qué le pasaba?
Los guardaespaldas forzaron a las dos mujeres a subir al lujoso auto de Santino.
Aitana, aterrada, se acurrucó en un rincón. Santino miró a Valentina a su lado. —¿Qué te dijo el señor Figueroa?
Ella permaneció en silencio.
Santino le agarró la cara bruscamente. —Vaya, vaya, hasta te sentaste en las piernas del señor Figueroa. Es la primera vez que veo a alguien sentada en su regazo.
Ella frunció el entrecejo e intentó liberarse. —¡No me toques con tus sucias manos!
Pero no pudo soltarse. Su delicada piel se enrojeció por el agarre y los ojos de Santino brillaron con lujuria. —Pensaba divertirme contigo en el hotel, pero no puedo esperar. ¡Qué suerte he tenido encontrando a alguien tan especial que hasta se sentó en el regazo del señor Figueroa!



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