Valentina optó por ignorarlo: —No lo conozco.
Escuchar esas palabras salir de su boca, era extraño, aun así, Mateo torció los labios en una sonrisa silenciosa y burlona.
Claro que ella no conocía a Luis, pero Camila sí. Toda la situación se volvería mucho más interesante, considerando que Luis era el mejor amigo de Mateo.
—Mejor olvidemos lo de la bebida, Valentina tiene que volver a casa —dijo Camila sonriendo.
Pero Luis inmediatamente tomó sus llaves: —Entonces, yo las llevo. —Dijo mientras las seguía.
En cuanto, los tres se fueron, Joaquín y los herederos explotaron: —¿Qué está pasando? ¿A él de verdad le gusta Valentina?
—Pero ella aún no se ha divorciado de Mateo —señaló Joaquín—. ¿Acaso será engañado por su esposa y su mejor amigo?
Apenas terminó de hablar, Mateo le lanzó una mirada asesina.
Joaquín se calló inmediatamente.
Mateo, cansado de toda la situación, tomó sus llaves: —Sigan divirtiéndose, me voy primero.
Cerca de él, Mariana jalaba desesperadamente la manga de Luciana: —¿Cómo puede gustarle Valentina? ¿No le bastó con suplantarte como la novia de Mateo? ¿Ahora quiere conquistarlos a los dos?
El rostro de Luciana lucía algo descompuesto; tampoco esperaba que ella fuera la persona que había cautivado a Luis.
Pero solo sonrió con desprecio: —¿Ella? Tranquila, ni Mateo ni Luis se fijarían realmente en una pueblerina como Valentina, ¡no está a su nivel!
Ambos eran los hombres más codiciados por las socialités de Nueva Celestia, ¿qué derecho sobre ellos podía tener Valentina?
Después de decirle eso, siguió a Mateo con rapidez: —Mateo, espérame.
El auto de Mateo seguía pegado a ellos, como un reto. Entonces, Luis pisó el acelerador: —Ahora mismo voy a perderlo.
Detrás, Mateo conducía siguiéndolos, acompañado por Luciana en el asiento del copiloto.
Al ver que Luis aceleraba repentinamente, Mateo, con sus dedos agarrando el volante con fuerza, también pisó el acelerador.
Iban muy rápido. Demasiado rápido.
Luciana sentía que podía salir volando en cualquier momento y comenzó a marearse: —Mateo, más despacio, ¡no vayas tan rápido!
El rostro de Mateo permanecía impasible, pero su perfil emanaba una frialdad aterradora. Parecía no escucharla mientras el Rolls-Royce volaba como un rey en la noche, devorando las calles iluminadas de tonos neón.
Luciana, que ya tenía problemas cardíacos, palideció y gritó: —¡Mateo, detente, no, ah!

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