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El Triunfo de la Heredera Inesperada romance Capítulo 4

—Así es, señorita, mejor llamen al 911 primero. Este niño parece perdido, estuve gritando durante un buen rato y nadie vino— aconsejó una señora mayor, preocupada de que si algo salía mal, la responsabilidad recayera sobre la joven.

Blanca no lo dudó ni un segundo. Desabrochó rápido el saco del pequeño y lo llevó a una sombra cercana.-

—No se preocupen, tengo licencia para ejercer medicina— aseguró con firmeza.

Mientras hablaba, abrió su mochila y sacó una pequeña caja de primeros auxilios plegable. Al desplegarla, se vieron alineadas varias agujas plateadas y bisturís, de distintos tamaños, perfectamente ordenados.

Sin perder tiempo, Blanca volvió a tomarle el pulso al niño.

—¡Detente!— gritó un joven con bata blanca, visiblemente alterado—. ¿Cómo te atreves a pinchar a un paciente así nada más?

Blanca lo ignoró por completo. Seguía concentrada, contando el pulso y la frecuencia cardíaca del pequeño, sin despegar la vista de él.

El joven de la bata blanca soltó una risita despectiva.

—Soy Raúl, estudiante de la Universidad de Medicina Clarosol, discípulo de Felipe. No soy cualquier persona común y corriente. ¿Dices que tienes licencia para ejercer? ¿Cuántos años tienes tú?

Blanca, tranquila pero firme, siguió con su labor. Tomó una aguja, la desinfectó y ni siquiera le dirigió la mirada.

—¡Te estoy hablando!— bufó Raúl, indignado ante la indiferencia de la joven—. Hasta los mayores saben que hay que esperar a que llegue la ambulancia, ¿no lo entiendes?

Blanca, apoyada sobre una rodilla en el suelo, irradió una autoridad que no admitía discusión.

—¿Esperar a que llegue el 911 sin hacer nada? ¿Arriesgar el tiempo vital para la atención? ¿Eso te enseñó tu maestro?

—¿Quién te dijo que debemos esperar sin hacer nada?— replicó Raúl, molesto y desdeñoso—. Ahora la que está retrasando la atención eres tú, jugando con agujas y queriendo presumir tu medicina tradicional. Guarda tus trucos de feria y deja que yo le haga reanimación cardiopulmonar.

Aquel comentario hizo que Blanca lo mirara por primera vez, con unos ojos tan gélidos como el acero.

Nadie hubiera imaginado que una chica tan bonita pudiera lanzar una mirada tan cortante.

—Él tiene golpe de calor, ¿para qué quieres hacerle reanimación?— espetó Blanca, sin apartar la mano del niño—. Eres un irresponsable.

—La verdad, la chava se ve mucho más preparada, la vi tomarle el pulso y se nota que sabe.

Raúl no soportaba la humillación pública.

—Bueno, aunque fuera golpe de calor, ¿crees que con un par de agujas vas a curarlo? Entonces, ¿para qué existimos los médicos?

—Tú solo hablas por ti, no por todos los estudiantes de medicina— le lanzó Blanca, con la voz tan dura como el mármol—. Te lo repito: apártate.

Blanca detestaba dos cosas en la vida: la gente que menospreciaba la medicina tradicional y aquellos que, por ignorancia, ponían en peligro a sus pacientes.

—Está bien, me voy a quitar, quiero ver hasta dónde llega tu cuento— se burló Raúl, cruzándose de brazos—. Si con esas agujas logras curarlo, te juro que me arrodillo y te digo “papá”.

—Te espero— respondió Blanca, sin perder la compostura.

Frente a los rayos del sol, Blanca buscó los puntos correctos en el cuerpo del pequeño. Levantó la mano, lista, y en un solo movimiento ágil, aplicó la primera aguja.

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