—Ya que conoces a la persona que le salvó la vida a Daniel, elige primero un buen regalo y mándaselo —Dylan tosió un par de veces, sus ojos fijos en Martín, tan profundos e indescifrables como el agua de un lago oscuro—. En unos días iré personalmente con Daniel a agradecerle en persona.
Martín sintió un sudor frío recorrerle la espalda bajo esa mirada. Ni loco se atrevía a sostenerle la mirada al jefe, así que contestó de inmediato:
—¡Sí, jefe!
No era difícil encontrar a esa señorita Quiroz, sobre todo considerando la relación con la familia Enríquez. Por más orgullosa que fuera, seguro tendría que darles algo de atención.
Martín pensaba que sería pan comido. Lo que él no sabía es que, en ese momento, Blanca no quería ni ver de lejos a ningún integrante de la familia Enríquez. Era como si su sola presencia le echara la sal al día.
Y para colmo, los Enríquez seguían apareciéndose sin que nadie los llamara.
Como ahora.
Blanca acababa de dejar a los niños en la plaza y estaba a punto de subirse a su bici para regresar, cuando de repente escuchó una voz más que familiar a su lado.
—¿Y tú qué haces aquí?
Era la voz de su mamá adoptiva, Casandra Soto. El tono era tan cortante y desdeñoso que ni se molestó en llamarla por su nombre.
Blanca giró la cabeza y, a unos metros, vio a un grupo de gente.
Ahí estaban su papá adoptivo, Benjamín Enríquez, y algunos parientes de los Soto. También estaba Eugenia Enríquez, la hija que habían traído de vuelta a la familia, rodeada de todos como si fuera una estrella.
Eugenia sostenía del brazo a una señora mayor, platicando algo bajito con una sonrisa dulce.
La señora parecía encantada con Eugenia; le dio unas palmaditas en la mano, irradiando elegancia y tranquilidad, como si nada pudiera perturbar esa calma.
Casandra, en cambio, claramente no quería que los del fondo la vieran. Se puso de lado y bloqueó a Blanca con el cuerpo.
—Te pregunté algo, ¿qué haces aquí? —insistió, tratando de ocultar el fastidio, pero su voz la traicionaba.
—Blanqui, ayer ya te lo dijimos bien claro: tus papás biológicos están en el pueblo. Si no quieres ir con ellos, ¿para qué vienes a armar lío al Hotel Paraíso siguiéndonos?
Casandra pensaba que Blanca se había sentido, y por eso la seguía, esperando a que salieran para acercarse de nuevo.
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