POV DE AMELIA
Habían pasado algunos días desde que se confirmó mi embarazo. Después de la confirmación, al día siguiente comencé mi control prenatal. No podía ser negligente con mis hijos. Todavía no podía creer que estuviera gestando cuatro bebés. Estaba muy feliz de ser madre.
Pero debía decir que el embarazo no era fácil. Dormía demasiado, como aún más y he pasado con náuseas y vómitos. Sin mencionar que desde hace dos días había tenido pesadillas con un lobo gigante de ojos rojos persiguiéndome a donde fuera y diciendo que me devorará si no devolvía lo que robé. Era una locura y algo bizarro, debían de ser las hormonas.
Me apresuré a terminar mi desayuno porque tenía mucho trabajo hoy en el laboratorio y en el hospital. Jake tuvo que ir a un congreso de genética fuera del país. Así que tendré que encargarme de sus tareas. Pero primero iré al hospital, tenía algunos pacientes en la mañana.
Salí de casa y entré en mi viejo auto, fue un regalo de mi padre. Así que seguía usándolo mientras aguante. Tenía dinero para comprar un mejor carro, pero no era mi deseo, este era mi querido autito, mi primero. Quien lo veía pensará que era pobre, pero no, podía permitirme una buena vida, y no me gustaba derrochar.
Luché mucho para llegar donde estaba, y ahora todo mi dinero será para cuidar de mi cuarteto. Mis hijos serán muy bien criados, no les faltará nada. Estacioné en mi lugar en el parqueadero del hospital Areal. Cuando salí del auto sentí un escalofrío en el cuerpo.
Sentí que me observaban. Miré alrededor y no vi a nadie, el estacionamiento estaba extrañamente desierto, lo cual era inusual a esta hora. Cuando me di la vuelta, me llevé un gran susto. Un gato negro salió corriendo asustado de detrás del auto.
—¿Quieres matarme del susto, gatito? —Le dije al gato loco.
Después del susto, continué mi camino. Entré al hospital y me dirigí al ascensor. Pronto estuve en el cuarto piso, en el sector de genética del Areal. Cuando llegué cerca de mi consultorio, noté que mi asistente no estaba en su escritorio, lo cual me pareció extraño, pero imaginé que había ido al baño.
Cuando entré a mi oficina, me sorprendí al ver a una persona esperándome. Era un hombre bastante imponente y elegante, vestido con un traje negro que le quedaba muy bien a su cuerpo bien definido. Estaba de espaldas a mí, mirando por la ventana. Sentí que el aire de la habitación era absorbido por aquella figura poderosa. Me sentí inferior solo por estar en la misma sala que él.
—Hola, buenos días, soy la doctora Amelia. Usted debe ser el paciente de las nueve. —dije, suponiendo que era un paciente, ya que estaba esperando dentro de mi oficina.
El hombre no respondió, solo se dio la vuelta, y cuando lo vi, constaté cuán injusto era el universo con muchos y generoso con pocos. El hombre frente a mí era increíblemente guapo y encantador. Mis piernas temblaron. Me miró desde arriba, ya que debía medir un metro noventa, me arriesgaría a decir hasta dos metros de altura, contra mi metro sesenta.
Su mirada era de superioridad y cierto asco cuando pareció olfatear el ambiente. Caminó y vino hacia mí, luego se detuvo a una distancia, parecía no querer acercarse demasiado. Y, aun así, sentía temor.
—No soy paciente.
Habló por primera vez, causándome un escalofrío por todo el cuerpo. Qué voz poderosa tenía, imaginé esa voz en mi oído. ¿En qué estoy pensando? Enfócate, Amelia.
—¿No lo es? Entiendo, debe ser familiar de un paciente entonces.
Pregunté, suponiendo que era un pariente. Era normal que los familiares me buscaran para aclarar dudas.
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